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martes, 28 de junio de 2005

Irujo : Oñaz y Ganboa

Un poco de historia cortesía de nuestros amigos de la Euskal Etxea de San Nicolás y su boletín informativo:

OÑAZ Y GANBOA

por Manuel de Irujo, Ministro Vasco en la República entre 1936 y 1937

Uno de los temas más discutidos de la historia vasca es el que se refiere a oñacionos y ganboinos, parientes mayores, jauntxos, cuyas banderías ensangrentaron durante tres siglos el suelo de Euskadi Occidental. La explicación clásica de su existencia ha sido la de suponer el hecho como de influencia feudal. Aunque en Guipúzcoa y Vizcaya no enraizó el feudalismo, ello no se opone a que, las familias más poderosas del país se dejaran influenciar por el sistema político en el que se hallaba constituida la Europa medieval.

Existe otro motivo, del que yo mismo me he ocupado precedentemente. Euskadi Occidental vivía en economía clásica liberal, aunque tal definición no llegara a fijarse en la economía política hasta siglos después. La consecuencia necesaria de la economía clásica liberal es el capitalismo. Los parientes mayores eran los ricos. La riqueza produjo en ellos ansias de poder. Y el ejercicio de esas apetencias fue determinante de la formación de bandos.

Sin embargo, ninguno de ambos motivos parecen ser los originarios y determinantes de la formación de bandos. Los estudios realizados, principalmente por el Sr. Leizaola, permiten establecer los motivos auténticos. Los jauntxos se dan de alta en la historia al correr del siglo XII. Esta centuria presenta la lucha constante de Castilla y Navarra por la posesión de las tierras de Rioja, Bureba y Euskadi Occidental. El campeón de Castilla es la Casa López de Haro, desde el Señorío de Vizcaya, que reunía la Vizcaya Occidental, sin el Duranguesado, el cual quedó incluido dentro del territorio de la Corona de Navarra en el pacto de Abril de 1179 entre Castilla y Navarra, pacto otorgado como consecuencia del laudo inglés de 1177, que puso término a la lucha secular entre ambas Coronas por la posesión de los territorios de la Rioja y Bureba.

En 1200 y con la cooperación eficaz de López de Haro, Señor de Vizcaya, que es el que, a nombre de Castilla, sitia y rinde Vitoria tras un asedio de siete meses, Alava, Guipúzcoa y el Duranguesado, pasan de la Corona de Navarra a la de Castilla. Doce años después tiene lugar la batalla de las Navas de Tolosa. A ella concurren Alfonso VIII rey de Castilla y Sancho VII el Fuerte rey de Navarra, con sus respectivos ejércitos. La vanguardia de Castilla la dirige López de Haro Señor de Vizcaya, y en ella forman los oñacinos. El ejército navarro lo manda Sancho VII el Fuerte, y en él se alinean los ganboinos. En las ejecutorias de hidalguía de estos, aparecen las cadenas de las Navas, trofeo que fue entregado a Sancho el Fuerte, por haberlas roto, y que el rey navarro otorgó a sus leales, los ganboinos, para que puedieran ostentarlas en sus blasones.

En todas las ocasiones en las que los vascos occidentales, principalmente los guipuzcoanos, luchan contra Navarra, los capitanes son oñacinos. Un Oñaz es el que conduce a los guipuzcoanos a la sorpresa de Beotibar, llevando al escudo de Guipúzcoa los cañones ocupados. Otro Oñaz es el que, desde el castillo de Lazcano sirve de pivote a las razzías de los guipuzcoanos, a través de la sangrienta "frontera de malhechores", que así fue denominada la de separación de Euskadi Occidental y Navarra. Y otro Oñaz es el que cae herido en Pamplona, al servicio de Castilla a la sazón, y que ha pasado a la historia con el nombre de San Ignacio de Loyola.

Oñacinos y ganboinos, amigados por mediación del Conde de Treviño y victoriosos en la batalla de Munguía, concurren juntos, bajo la dirección del Conde-Duque de Nájera, a la ocupación de Navarra por el ejército cuyo mando supremo es otorgado al Duque de Alba en 1512 y a la batalla de Noain de 1521 que pone fin al intento de Navarra de recobrar su libertad. Mas, hasta aquel momento, los oñacinos constituyen el bando que continuó devoto de la Corona de Navarra, significativa de la unidad política del país vasco. Los López de Haro, al frente del Señorío de Vizcaya, son los separatistas intravascos, y con ellos forman partido los oñacinos. Los ganboinos, devotos de la Corona de Navarra, son los partidarios de la unidad vasca significada en aquella.

Gregorio Balparda ha podido, con plena razón, entonar los a la Casa de Haro y al Señorío de Vizcaya, de haber sido los gestores afortunados de la unidad española significada por la Corona de Castilla. Balparda es el último oñacino de la historia.

Oñaz y Ganboa significan, pues, en su iniciación, Castilla y Navarra, o si se quiere, la unidad española en la Corona de Castilla, y la unidad vasca en la Corona de Navarra. Ni qué decir tiene que, en el desarrollo de la historia, no fué ese el motivo único que caracterizó a los Bandos, y que, tanto el feudalismo como la economía liberal de Euskadi Occidental, pudieron influir poderosamente en su desarrollo.

El motivo determinante en la política de la Casa de Haro para procurar la unidad de Euskadi Occidental en la Corona de Castilla, separándola de la de Navarra, parece ser el de que, la unidad de Vizcaya con el resto de Euskadi en la Corona de Navarra, permitía que esa unidad se diera en la masa, integrada por el mismo, que hablaba idéntico idioma y alimentaba iguales tradiciones; y esa unidad del país dejaba sin contenido su señorío. En cambio, la unidad en la Corona de Castilla no corría aquel riesgo, porque, el acercamiento de vizcainos y castellanos, en aquel entonces, era practicamente imposible; y de tal manera, ella podía dar altos dignatarios a la Corte, aspirar a la mano de Doña Urraca -como aspiró-, y terminan fundida por línea materna en la propia Corona. Así pudo darse el caso de que el Señor de Vizcaya fuera heredero del Señorío y de la Corona, determinando la unión de ambas potestades en la misma persona.

Oñaz y Ganboa suenan de tal manera como Beaumont y Agramont en su postrer etapa, para significar, Oñaz y Beaumont Castilla, y Ganboa y Agramont Navarra.


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