Un blog desde la diáspora y para la diáspora

lunes, 13 de marzo de 2006

Sin Voz

Esto nos llega vía Euskal Diáspora:

LA DIÁSPORA VASCA SILENCIOSA Y SILENCIADA

Daniel C. Bilbao
¿Qué es lo que llaman "diáspora vasca"? ¿Es ese conglomerado anónimo e intangible de cinco millones de personas, que en los entusiastas discursos oficiales a veces crece hasta los nueve millones? La versión del "oficialismo" -Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca (CAV) y sus adláteres locales- nos habla de una entelequia que, cuando se corporiza, toma el aspecto de empresario exitoso y poderoso, de propietario de tierras, de profesional destacado y de buen pasar económico y de asalariados de buena posición que, si bien no alcanzan los mismos niveles económicos, sí comparten solidariamente una ideología por lo general elitista, antipopular y macartista.

La diáspora vasca visible, encumbrada en las instituciones y destacada y apreciada por quienes detentan el poder dentro de la colectividad, pertenece, entonces, a una burguesía media y alta, vinculada directamente a círculos del poder económico y político de los países en los que, como Argentina, Chile, México, Uruguay, EEUU, tienen una notable presencia numérica. Estas clases sociales de cierto poder e influencia, han copado las instituciones que ellos mismos crearon para ejercen el dominio sobre los asuntos de la colectividad vasca. Ellos ejercen su representación, son sus voceros y opinólogos. Mientras el Gobierno de la CAV impuso la ley N° 8 para regimentar la representación de las euskaletxeas, sus colaboradores locales controlan las comisiones directivas de los principales centros vascos, negocian las subvenciones que reciben del Gobierno de la CAV, deciden sobre las reglamentaciones internas.

A esta situación se llegó después de largos años de hegemonía de la derecha vasca, con la aplicación de una estrategia de desmovilización y desinformación. Los centros vascos se fueron despoblando, por el desinterés y el rechazo de los vascos progresistas. En algunos casos, como en Caracas, por ejemplo, afrontan la posibilidad cierta de tener que rematar el edificio histórico de una euskaletxea que fue verdaderamente referencial, porque reconocen que ya no va casi gente. Sus directivos no consiguen frenar la caída a pesar de que realizan una misa mensual para todos los socios.

Convertir a los centros vascos en un club social aplicado a cuestiones folclóricas y etnicistas y ausente de toda expresión política pública, ha desvalorizado la razón de su existencia, pues el país a que se refiere esa versión idílica ya no existe. Hoy, Euskal Herria es una nación sin estado, con importante desarrollo técnico, que tiene muertos, presos y torturados por luchar por su autodeterminación y su independencia. Evidentemente, los centros vascos no pueden ser un simple club social para el esparcimiento de una pequeña porción de la burguesía de ascendencia vasca.

Los vascos más progresistas, con inquietudes sociales, comprometidos en las luchas populares, tienen catalogados a los centros como un reducto de viejos derechosos, a los que no vale la pena concurrir. Las quejas en las euskaletxeas por la ausencia de jóvenes no contemplan una autocrítica que apunte a la falta de pluralidad, a las manipulaciones político-partidarias, a la falta de criterios democráticos. Esto ratifica un abismo que no se puede cerrar. Unos perdieron definitivamente su interés por el tema vasco, los otros se sienten muy cómodos como propietarios de esa ínfima porción de poder.

Podría llegar a pensarse que lo que llaman diáspora vasca es la utopía realizada, una sociedad sin clases, ya que en su ámbito no tienen presencia ni gravitación obreros, proletarios, desocupados, piqueteros. Pertenecen todos a la misma clase, y quizá por eso, más allá de pequeñas rencillas, su vida interna transcurre tranquilamente, sin cambios, inmutable.

Existe un discurso único, apenas cuestionado públicamente por alguna que otra voz disidente, aceptado por el posibilismo y la resignación. La diáspora vasca es, para la práctica del gobierno del nacionalismo vasco, una mercancía, un bien de uso gracias a la cual pueden sostener sus visitas a distintos países para hacer negocios. Se asumen como los representantes de esos millones etéreos, que nunca los votaron, que ni siquiera los conocen, para respaldar sus proyectos comerciales. Sin embargo, hay otra diáspora, dispersa, convocable por valores superiores al mercantilismo vigente.

Hay jóvenes que tienen conciencia de su condición de descendientes de vascos, que colaboran en organizaciones de derechos humanos, en sindicatos, en organizaciones culturales y populares. Esta es la diáspora silenciosa y silenciada, a la que nunca tuvieron interés en llegar, porque una masa numerosa de personas, con diversidad de ideas, con vocación progresista y democrática es prácticamente incontrolable para un partido y grupos con ideas a contramano del progreso social.

Esta diáspora es la que puede salvar de la muerte por inanición a muchos centros vascos, la que puede devolver el debate, la contradicción, la vida a una colectividad que carece de un claro compromiso político con las luchas de Euskal Herria y está ausente de las luchas políticas y sociales de su pueblo.
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