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domingo, 22 de enero de 2012

De Anoeta al Calderón



Vaya, pues parece ser que cuando uno visita el estado español y Euskal Herria se tiende a notar ciertas diferencias. Este texto ha sido publicado en Milenio.tv:


Román Revueltas
Permítanme ustedes administrarles una pequeña dosis de nostalgia personal, estimados lectores: hace algunos años tuve un empleo temporal en el País Vasco, en el norte de la península ibérica, en la ciudad de San Sebastián –los éuscaros la llaman Donostia— que, con perdón de los naturales de otras villas, es uno de los lugares más hermosos del planeta entero.
Gente magnífica, además, los vascos: honrados hasta la médula, trabajadores, generosos y francos aunque, eso sí, un tanto reservados y, como se dice en el castellano peninsular, muy cabezones (esto es: testarudos, tercos y obstinados).
Un buen día, un conocido me invitó a un partido de la Real Sociedad en el estadio de Anoeta. No recuerdo cuál era el equipo rival de los donostiarras pero, por el contrario, me han quedado grabadas para siempre las imágenes de la gente en las tribunas: familias enteras, parejas, jóvenes, grupos de aficionados incondicionales y, lo que más me llamó la atención, todos ellos, los unos y los otros, guardando un comportamiento absolutamente ejemplar aparte de que iban ataviados como si aquello fuera la misa dominical.
Bueno, y ahora, la otra cara de la moneda: de paso por Madrid (justamente, luego de terminar alguna de mis estancias en Donostia) –y obligado a una estancia no programada debido a mi torpe manejo de las reservaciones con las líneas aéreas—resultó que me encontré, de pronto, rodeado, en alguna calle que tampoco recuerdo, de hordas de trogloditas que, con apariencia y modos de patibularios, se dirigían al estadio Calderón. Tipos que nada más de mirarlos te metían miedo. Miembros de ciertas “peñas” del Atleti –o sea, el Atlético de Madrid— caracterizados por su agresividad y su violencia. Individuos situados, en comparación a los pacíficos seguidores de la Real Sociedad, en el extremo opuesto de la escala animal.
Que conste que no estoy hablando de los aficionados mexicanos. Lo que sí quiero decir, sin embargo, es que la gente que va a un estadio ya lleva algo dentro: un pasado y una educación. Y esto, si me permiten, no hay otra manera de controlarlo que con unas fuerzas de seguridad profesionales, bien entrenadas y, sobre todo, mucho más parecidas, en lo individual, a la buena gente de Donostia que a los salvajes de Madrid. Pues eso.


Recordemos también que en estos momentos la joven promesa del futbol mexicano Carlos Vela presta sus servicios como ariete en la oncena donostiarra.






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