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sábado, 21 de enero de 2012

Tratemos el Síndrome



Hace unos días tuvimos la visita en este blog de una caterva de ultraespañolistas que, indignados por el nombramiento de uno de sus desquiciados profetas de nombre Jesús Laínz, entraron a saco disparando a mansalva todo el arsenal de mentiras, tergiversaciones y medias verdades que se han escrito a lo largo de cinco siglos acerca de la invasión de Navarra por parte de Castilla y Aragón.

Es a ellos a quienes dedicamos este texto publicado en Izaro News:


Angel Rekalde
Seguro que en psicología clínica tienen un término preciso, más impronunciable y enigmático, para designarlo. Al estilo del trastorno de Smith and Wesson o el de Sjögren. Pero entre nosotros es más fácil reconocerlo de este modo. No se trata, aunque se aproxime, de un sinónimo del síndrome de la mujer maltratada o el de Estocolmo. Tampoco sería correcto llamarlo síndrome de Beaumont o del conde de Lerín, porque aquel criminal no lo padecía. Era un malhechor, gastaba pocos complejos y sabía a ciencia cierta cuál era su negocio. El citado síndrome no se remite a él, sino más bien a sus seguidores actuales, siervos convencidos, fieles devotos de la teoría de la “servidumbre voluntaria”, partidarios acérrimos de aquella tradición hispana (tan navarra; eso que compartimos) de rebelarse contra la rebelión y echarse al monte al grito de ¡vivan las cadenas!
Esta reflexión viene a cuento de la divulgación de un “Argumentario” entre los seguidores de UPN, partido presuntamente navarro. En dicho trolario se hila fino para lograr que los parroquianos del grupo comulguen con piedras de molino. En sí no es una novedad. En las conferencias sobre la conquista de Navarra (1512-1529) se nos ha presentado más de un reventador que esgrimía razones de este catón. Y en los foros de la prensa abundan las agresivas intervenciones de especimenes asilvestrados de este bestiario humano. “No fue una conquista… Fue una incorporación voluntaria… Y además qué tienen que decir los vascos si ellos venían con el ejército enemigo…”
¡En qué quedamos! ¿Entró la tropa invasora o el duque de Alba venía a tomarse unos vinos? Están a favor de la ocupación castellana de Navarra, pero les parece fatal que los vascongados, previamente conquistados, participaran en el operativo. No hubo guerra, pues “el reino se entregó pacíficamente”, y “la consecuencia principal fue el cambio dinástico”. O sea, fue una pelea de gallos, y cambio de rey, uno por otro. Nada sucedió para el pueblo navarro, que perdió su independencia (sic, coplas de Monteagudo), su soberanía, su paz (un siglo de ocupación militar del país), sus castillos derribados… en resumen su Estado, su presencia en el mundo.
Como digo, el síndrome del beamontés es un mal crónico que se diagnostica con facilidad (pero no tiene arreglo). Por ejemplo, la conquista de Navarra –sigue el “Argumentario”- “fue fruto de una cuestión internacional”, una guerra de poder entre los reyes de Castilla, Francia y el Papa. Es decir, ajena por completo. Es simple; otros se reparten el pastel y nosotros pagamos el pato. Ponemos los muertos, las pérdidas, la derrota… Y encima lo celebramos, para sentirnos orgullosos y satisfechos. Como se demuestra, este síndrome es un trastorno psicótico, un desquiciamiento alejado de cualquier noción de salud mental. Es de delirium tremens que los autodenominados navarristas justifiquen y aplaudan la mayor agresión de la historia contra su tierra y contra su propio pueblo: el ataque militar, la derrota, la humillación, la dominación, el despojo… Es una patología cuya manifestación más evidente es el autoodio, síntoma que altera el normal equilibrio psíquico del paciente afectado. Hay que estar alienado para asumir semejante bodrio argumental. Desde un riguroso análisis clínico, hay que ingerir excrementos de perro y de sapo durante siglos (por aquello tan archidemostrado de que “eres lo que comes”) para conformar un cerebro capaz de enhebrar pensamientos de ese calibre científico.
Desde un punto de vista lacaniano, podemos recurrir a las tesis del economista Carlo Mª Cipolla (Allegro ma non troppo) para clasificar el cuadro intelectual de los sujetos aquejados por el síndrome del beamontés (atención; 4ª ley fundamental: “Las personas normales subestiman siempre el peligro potencial de los estúpidos.”). Como decía Foucault, cada día que amanece el número de tontos crece. Y lo peor de todo, contra este síndrome no hay vacuna que valga. Avisados estamos.

Por cierto, la pandilla furibunda no llegó aquí al azar, no no no, si quieren entender lo que está detrás del asunto lean el texto "Impunidad absoluta: así es la extrema derecha española en el internet" en la página de Kaos en la  Red


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