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jueves, 31 de marzo de 2016

Entrevista a Gerardo Hernández

Les presentamos esta entrevista a uno de los cinco héroes cubanos, Gerardo, publicada en la página Pensar en Cuba:

Humildad y resistencia. Valores de un hombre y de una Revolución

Cuando creímos armado el número 7 –número afortunado que dicen da buena suerte– se apareció Gerardo en nuestra oficina. Así, sin avisar. Encendimos la grabadora, colocamos la cámara en su lugar y conversamos durante una hora y media más o menos. Para todo el equipo de Pensar en Cuba, tanto para los que estábamos como para los que no, su presencia allí significó mucho. Una inyección de energía, de patriotismo; también una lección de humildad. Nos apuramos a transcribir sus palabras –gracias a Sandra, Claudio, Analay y a Ana Carla– y pusimos el punto final a esta edición.

Rodolfo Romero Reyes
Gerardo habla de ella y los ojos le brillan. Su mirada tiene 21 años. En la niña de sus ojos, se ve otra niña de 16 años. La historia la ha contado muchas veces, pero sentado en la redacción de Pensar en Cuba, Gerardo parece viajar en el tiempo y volver a aquel día, en aquella parada.

Mi papá tenía un carro y trabajaba cerca de Zapata y A. Todas las mañanas le «cogía botella» para ir hasta Miramar, porque yo estudiaba en el Instituto Internacional de Relaciones Internacionales (ISRI) quedaba en 22, entre 1ra y 3ra. Hubo un domingo en que no quise fregar el carro. Me dijo: «para montarte nunca tienes problemas»; o algo así que no me gustó y al otro día para darle en la cabeza, me levanté como a las 4: 00 a.m. Primero cogí la ruta 21, después la 68 hasta la Rampa, y luego la tercera guagua que me llevaría hasta Playa. Justo ahí veo a Adriana, en la fila, con su uniforme amarillo, porque ella estudiaba Química en ese entonces. Me impactó.

Subimos a la guagua y me paré al lado de ella, que iba con tremendo piquete de su escuela. Me le acerqué y le dije: «que mala educación, que ni le llevan los libros a uno». Ella no habló, pero le di la maleta y me la llevó. Ese día en el ISRI, durante el primer turno de Derecho Internacional que era con Miguel de Estefano, una eminencia, ya fallecido, escribí «Poema a la muchacha de la parada». Lo pasé a máquina y al otro día me volví a levantar a las 4:00 a.m. y me aparecí en la parada.

El poema decía más o menos así: «la muchacha de la parada / cuya mirada agiganta / los amaneceres de la Rampa, / que cuando monte la guagua, / quizás me lleve gentilmente los libros, / y sepa que un desconocido, / admirador de su belleza, / desatendió una clase, / por escribirle este poema». Subo, me paro al lado de ella, me pide los libros y cuando me voy a bajar le doy el poema. A partir de ese día seguí levantándome a las 4:00 a.m. Mi papá ajeno a todo, creyendo que yo seguía molesto por lo del carro, me dice un día: «Oye compadre, no fue para tanto lo que te dije, no te lo cojas tan a pecho». (Se ríe a carcajadas).

Ahí comenzó la conspiración con las amiguitas de ellas. Siempre llegaban dos o tres y marcaban delante en la cola. Entonces todas las que iban llegando, se iban sumando. Recuerdo que había un profesor de la cátedra militar del ISRI, el Coronel Barroso, que también subía a la guagua. Al principio decía: «Mira eso, mira eso, tres muchachitas habían cuando llegué aquí y ahora hay como veinte». Cuando nosotros empezamos a noviar, ella me marcaba a mí también y el Coronel gritó un día desde el fondo de la cola: «¿¡Ah, pero tú también, tú también!?». (Se ríe).

¿Cómo era tu relación con Adriana antes de 1998?

Siempre tuvimos una relación muy unida. Adriana es una mujer a la que admiro muchísimo como compañera, como persona, como revolucionaria. Desde que me fui para esta misión, en 1994, no nos veíamos con mucha frecuencia. En todo ese tiempo solo pude venir en dos oportunidades de vacaciones, por alrededor de un mes. Un mes que incluía los contactos con los compañeros del trabajo y los despachos para los análisis de las diferentes operaciones. Ella no sabía en lo que andaba, para ella yo era un diplomático que estaba en Argentina.

Los compañeros del correo le traían las cartas escritas a computadora, enviadas supuestamente desde el fax de la embajada; un cuento de esos. La cosa es que le daban las cartas cada cierto tiempo, cuando se podía, y así fuimos llevando la relación.

Cargábamos las pilas cuando yo venía de vacaciones. Ella siempre hace una anécdota de la última vez que nos despedimos. Mis últimas vacaciones fueron en enero de 1998. Adriana percibió algo, cuando ya me había montado en el taxi, me bajé y volví para atrás para abrazarla. Ella dice que sintió algo, que algo estaba mal, y después vino lo del arresto. Pero siempre tuvimos una relación muy sólida, muy especial.

¿Estabas preparado para que la misión fracasara? ¿Para caer preso?

Uno siempre sabe que esa es una posibilidad, pero por supuesto, tú esperas que nunca te pase a ti. Cuando a nosotros nos ocurre, mi angustia mayor de aquellos primeros tiempos no era por la cuestión personal, –a pesar de que a uno le agobiaba pensar en su familia, cómo reaccionarían a la noticia y esas cosas–, sino por el hecho de que se había abortado la operación. De cierto modo había fracasado y lo que eso representaría operativamente me preocupaba. ¿Qué habría sido de las otras personas que no estaban ahí arrestadas? ¿Qué pasaría con el trabajo? ¿Qué pasaría con tal o más cuál agente que eran parte de la operación? Ese tipo de cuestiones a mí me agobiaban más que la cuestión personal, te lo digo honestamente. Después, cuando esas dudas se fueron clarificando y el tiempo comenzó a extenderse, ya las preocupaciones y las angustias fueron otras, pero en esos primeros tiempos pensaba más en la misión, que en la cuestión personal.

¿Qué siente uno cuando le proponen una misión como la que le propusieron a ustedes?

Después que me gradué del ISRI, nosotros nos fuimos para Angola. Como no éramos militares de carrera, nuestra labor era estar de adjuntos a alguien. En mi caso debía ser adjunto del jefe del pelotón de exploración del Onceno Grupo Táctico en la Décima Brigada de Cabinda, que era una brigada de tanques. De ese compañero, Primer Teniente Roger Peña Consuegra, aprendí mucho. También de su interacción con los soldados que eran reclutas, que se pasaban allí al menos dos o tres años, en esas condiciones, lejos de la familia. Eran diferentes historias, diferentes problemáticas con las que había que lidiar. Aprendí mucho con él. Llegó un momento en que tuve que quedarme al frente del pelotón. Cuando regresé de Angola para incorporarme al MINREX, me plantearon la misión y estuve varios años preparándome.

Para uno es un orgullo grande. Sabes que alguien tiene que hacer ese tipo de trabajo. Uno conoce los riesgos, pero al mismo tiempo uno saca cuentas y sabes que es un privilegio el hecho de que te estén planteando una misión así, precisamente a ti. Sabes lo importante que es para el país, para tu pueblo.

¿En qué momento de la vida empiezas a formarte como revolucionario?

La familia juega un papel muy importante en eso y mi papá, a pesar de no haber sido combatiente de la Revolución, siempre fue muy revolucionario. Él era de clase media baja y mi mamá, emigrante canaria que vino de España con quince años. Se conocieron siendo muchachos y se casaron. En 1959, el viejo se incorporó muy rápido a la Revolución, en una fábrica, y empezó «a subir»; era una persona adicta al trabajo.

No tengo un recuerdo de mi infancia en el que el viejo mío me dijera: el domingo vamos a pasear. Los domingos eran para levantarse tempranito y hacer algo como chapear el patio. Creo que si no había nada roto, mi papá lo rompía para tener que hacer algo los domingos. Mi mamá me despertaba muchas veces temprano, a las 7:00 a.m.: «Gerar, levántate, tu papá te está llamando para que lo ayudes». Gracias a eso, lo mismo me defiendo con un serrucho que con cualquier otra cosa, aunque eso no sea mi fuerte. Aquello fue parte de mi formación, ese carácter de mi papá, y el hecho también de que él haya sido revolucionario y militante del Partido desde muy temprano.

Mi hermana mayor también desempeñó un papel importante en mi formación de valores. Ella estudió como cadete en el Instituto Técnico Militar (ITM). Cuando falleció en un accidente de aviación, era Jefa de Cátedra y Teniente Coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Además de la influencia de la familia en mi formación, mi entrada al ISRI abrió un poco más mi visión. Empecé a sentir los problemas del mundo como míos. Llegar al ISRI me hizo conocer a un grupo de compañeros con una larga trayectoria como dirigentes de la FEEM (Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media), de la Organización de Pioneros, algunos eran vanguardias nacionales. Yo había sido dirigente, pero a nivel de escuela. En esa época el ISRI estaba abierto a compañeros para la Facultad Obrera y que habían interrumpido sus estudios por determinadas razones. Es decir, que de conjunto, habían compañeros que ya venían con una formación importante. Algunos eran del Partido. Ese intercambio en sentido general, el contacto, la interacción con esos compañeros, que incluso formaron su núcleo del Partido allí, fue muy importante para nosotros. El ISRI fue una escuela muy importante para mí, no sólo desde el punto de vista de las Relaciones Internacionales, sino desde el punto de vista de mis valores y mi formación como revolucionario.

¿Cuán difícil es pasar tantos años injustamente en prisión?

Hay muchas cosas malas. Lo peor es la lejanía de la familia, que mueran familiares tuyos –en mi caso mi madre, sin poder estar con ella en sus últimos momentos–, que nacieran mis sobrinos –a los que vine a conocer cuando tenían ya como quince o catorce años–, no estar en los últimos años de mi madre, la angustia de mi madre, eso para mí fue lo peor.

Lo demás son experiencias que uno ve en prisión para las que nunca nadie te había preparado. Ver a alguien ser asesinado a puñaladas prácticamente delante de ti; estar conversando con una persona ahora, como estamos conversando tú y yo, y diez minutos después verlo salir muerto, son cosas que ni siquiera las viví en Angola. Los otros presos cuando se enteraban que había estado en Angola me decían con cierta admiración: «¡Tú estuviste en una guerra!». Y les decía:«sí, pero no vi ningún muerto en Angola y aquí ya perdí la cuenta de cuántos he visto». Son cosas para las que uno no se prepara.

Con el paso del tiempo uno se va adaptando, pero tener que convivir con personas que, la mayoría, no tienen valores; son narcotraficantes, asesinos, drogadictos, y tener que convivir con ellos; incluso, compartir cuartos con ellos, convivir en todo el sentido de la palabra, el comedor, las duchas, todo, es algo bien difícil. Es un medio donde hay mucha energía negativa todo el tiempo, por llamarlo de alguna manera. Date cuenta que es una concentración de personas cuyas vidas han sido frustradas, personas llenas de negatividad, de amargura, de toda una serie de sentimientos negativos con los cuales hay que convivir el día entero.Tú estás en el medio de todo eso y son personas con las que tú no tienes nada que ver, pero tu vida tienes que desarrollarla ahí, tienes que adaptarte a ese medio. Realmente no es fácil.

No solo era estar preso injustamente, sino las condenas que les impusieron. ¿Qué sentías al saber que tenías que cargar con más de dos cadenas perpetuas?

Te seré honesto. Al verme envuelto en esa situación, para mí era un alivio ser el que más sentencia tenía. Te explico. Yo tenía ahí mis responsabilidades y tú conoces el dicho: «El capitán se hunde con el barco». Por esa razón para mí constituía un alivio ser el que más sentencia tenía. Me sentí muy contento cuando Ramón y Tony lograron quitarse la cadena perpetua en una apelación y tener fecha, porque aunque la sentencia que le pusieron era una «salvajada» de todos modos, tener fecha en una prisión representa mucho.

Hasta los otros presos, conversando, te dicen: «Fulano está embarcado, no tiene fecha». Y a lo mejor el que te lo dice tiene una fecha de aquí a 40 años, pero tener eso lógicamente representa mucho. Siempre, y lo reconozco aquí, tuve muchísima consideración y muchísimo apoyo de mis otros hermanos, incluso en las últimas etapas donde se estuvieron valorando variantes y se escuchaban posibilidades de solución, de negociaciones, siempre ellos dejaron claro, al igual que nuestros familiares, que el caso mío era el que había que resolver, que había que darle la prioridad, por no tener fecha, con dos cadenas perpetuas, más quince años.

¿En la prisión hubo momentos alegres, felices, si es que pudiéramos llamarlos así?

Para nosotros los mejores momentos eran las visitas de nuestros familiares, de amigos que podían llegar, sortear todos los obstáculos y llegar a vernos en prisión. Y hubo momentos claves relacionados con nuestra lucha, con nuestra campaña como el «¡Volverán!» de Fidel. Hace unos días estaba escuchando ese discurso. Hay un momento en que él dice, no lo cito textual, pero él dice: «Esos hombres tal vez me estén escuchando en este momento». Creo que él sabía que lo estábamos escuchando porque para aquel entonces nos habíamos comprado unos «radiecitos» que vendían en prisión. Efectivamente nosotros estábamos en nuestras celdas escuchando el discurso.

El librito de esta profesión dice que si te cogieron, te chivaste. Porque tú nunca puedes comprometer a tu país, nunca puedes reconocer que tú estás trabajando para tu país. Y en el caso de nosotros, que teníamos identidad falsa, tú tenías que morirte diciendo que eres Manuel Miramontes, puertorriqueño, o Rubén Campas, mexicano, o Luis Medina, puertorriqueño. Ese era el plan nuestro y así nos mantuvimos alrededor de dos años durante la etapa de preparación del juicio. Esa era la orden que teníamos desde que asumimos la misión. Entonces escuchar a Fidel haciendo público el caso, diciéndole al pueblo los nombres de nosotros y por qué estábamos allí, qué era lo que hacíamos y encima de eso decir: «Solo les digo una cosa, ¡volverán!». Eso te da un ánimo y un valor quepa´ qué…

Desde ese mismo día nosotros sabíamos que no había nada que pudiera hacer el imperio que a nosotros nos rindiera o nos doblegara. Ese fue uno de los momentos claves.

Otro fue cuando escuchamos la noticia de que se nos había otorgado la condición honorífica de Héroes de la República de Cuba. También nos llegaban informaciones de que iba creciendo el Movimiento de Solidaridad con los Cinco, personalidades que conocíamos, presidentes que comenzaron a mencionarnos, a hablar de nosotros.Todos esos fueron momentos muy importantes y muy alentadores en nuestros años en prisión.

¿Cómo recibiste la noticia de que René primero, y después Fernando, habían sido puestos en libertad?

Por un lado nos alegraba, pero por otro nos entristecía el hecho de que René y Fernando tuvieron que cumplir su sentencia completa. Algunos compañeros del Movimiento de Solidaridad nos expresaron en aquel momento que sentían que de cierto modo habían fallado. Pero por otra parte sabíamos que el plan del imperio siempre fue doblegarnos y el hecho entonces de que René hiciera trece años y que Fernando hiciera quince, sin doblegarse, es una victoria. Ellos querían que desde el primer momento se «partieran», como se dice, y que cooperaran, y el hecho de que ellos se hubieran mantenido firme– «y qué es lo que tienen para mí, quince años, te voy a hacer los 15 años»− fue una victoria para nosotros también.

Recuerdo que escribí algo cuando René salió y mencionaba que desde ese día los cinco éramos un poco más libres y así fue, porque nosotros sentimos como que parte de nosotros estaba ya en Cuba con ellos, primero con René y después con Fernando. Fue un alivio grande saber que ya finalmente ellos estaban reunidos con su familia y con nuestro pueblo.

Tú me preguntabas hace un rato de las angustias, de los momentos más difíciles, de cuando nos arrestan.Una de las cosas que más me angustiaba a mí era el caso de René, porque los otros tres teníamos a toda nuestra familia del lado de acá. Pero René tenía una niña de apenas cuatro meses cuando lo arrestan. Una parte de la justificación que usaron los que decidieron cooperar con las autoridades norteamericanas era esa: «Tengo un niño chiquito, yo no puedo…». Y René desmintió eso. Él tenía una niña de cuatro meses que le hubiera permitido decir: «No puedo continuar en esta lucha, tengo que rendirme porque mi esposa está sola en la calle con mi hija de cuatro meses y la otra de doce».Sin embargo, no lo hizo y fue una actitud muy valiente que siempre admiramos, pero al mismo tiempo te creaba a ti una angustia adicional estar allá (se le aguan los ojos), arriba en el piso 13 del Centro de Detenciones de Miami, en «el hueco», y mirar para abajo y ver a Olga… (llora), se emociona uno todavía acordándose de aquellos tiempos. La cabecita chiquitica y René le hacía señas con el mono…(hace una pausa), porque todas las ventanas son iguales, tú no sabes, ella miraba para arriba y veía cuarenta ventanas, no sabes en cuál está el familiar tuyo, y René sí estaba viéndola a ella, pero ella no lo veía… (hace otra pausa). Entonces René cogía y le hacía seña, y nosotros en la celda de al lado mirando, por un huequito, era el único contacto con la calle…

Vamos a hablar de un momento más feliz para ti. Les dicen que vienen para Cuba…

Muchacho, eso fue tremendo. La gente nos pregunta: «¿y ustedes sabían?». En realidad no sabíamos, pero uno tampoco es bobo. En los últimos meses habían pasado cosas y nosotros siempre fuimos muy optimistas. Aun cuando no había nada, nos imaginábamos cosas en el mejor sentido de la palabra; siempre teniendo en cuenta no crearnos falsas expectativas ni hacernos ilusiones, pero éramos muy observadores, muy estudiosos de los acontecimientos. En los últimos meses habían estado ocurriendo cosas que a uno le llamaban la atención. Salió una editorial en The New York Times que habla de un posible intercambio de prisioneros que pudiera ocurrir, ya cuando tú ves el río sonando, tú sabes que piedras trae.

El día 4 de diciembre me sacan de mi prisión de una forma muy rara, no me dijeron ni empaca tus cosas, absolutamente nada. Nadie sabía que me iba. Fue una sorpresa para todo el mundo. Hasta para los guardias que me estaban sacando y me llevan para otra prisión en Oklahoma. Me tiran en un hueco once días sin decirme para dónde voy ni a qué.Todos los presos saben más o menos –a los presos nunca se les dice para que prisión van, pero sí les dicen si van para la costa este, oeste–, pero a mí no me dijeron nada.

Los guardias que estaban en esa prisión, revisaron en la computadora y al no ver nada me preguntaron: «¿Para dónde tú vas?». ¡Qué iba a saber! Fueron once días en el hueco. El día 15 sacan a Ramón y a Antonio de sus prisiones y los llevan para una prisión en Carolina del Norte.Ese mismo día me sacan a mí del hueco y me llevan para esa prisión. Los tres dormimos esa noche en el mismo lugar sin saberlo. Al otro día por la mañana me dicen que alguien quiere verme. Me quitan las esposas, que eso es algo súper raro, y cuando llego las personas que estaban allí se identifican como del Departamento de Estado y me dicen que voy a tener una video-conferencia con Cuba.

En ese momento siento un murmullo y en eso venía Antonio y más atrás Ramón. Entonces ahí nos abrazamos, y tuvimos una video−conferencia con un compañero que nos dio la noticia. Recuerdo que como me había pasado 11 días en un hueco, no sabía ni a cómo estábamos. Los papeles que debíamos firmar decían que estaríamos llegando a Cuba el 17 de diciembre. Le pregunto a Ramón: «¿a cómo estamos hoy?». Me dice que a 16. «¡Coñó, eso es mañana!».

Fue una alegría tremenda. El recibimiento aquí en Cuba. Vi el video y es difícil no emocionarse cuando uno mira las imágenes de ese día. Es una mezcla de emociones tremenda. Apenas unas horas antes estabas sentado en una prisión de máxima seguridad y de pronto, en unas pocas horas, la vida te hace así «chiu-chiu-chiu», y estás rodeado de gente y todo el mundo quiere abrazarte y todo el mundo quiere decirte algo, tirarse fotos contigo.

Háblame del encuentro con Fidel…

Fue algo inolvidable, uno de los días más especiales de nuestras vidas, cumplir ese sueño de todo cubano de estrecharle la mano a nuestro Comandante. Cuando era muchacho quería ser deportista porque me gustaba el deporte y por aquella escena en que el deportista regresaba con la medalla y el Comandante se la ponía en el pecho y le daba la mano; desde que era niño tenía esa aspiración.

En un par de oportunidades lo tuve cerca, en los Juegos Panamericanos de 1991, donde estábamos trabajando en apoyo al evento, después en una Feria de La Habana; pero nunca había tenido la oportunidad de estrechar su mano. Hacerlo ahora, de esta manera, que no es casual, sino en una visita tan especial, para nosotros fue muy importante. Compartir con él en un ambiente tan reducido, tan íntimo; conocer a su familia, conversar. Fueron cinco horas las que estuvimos con él y fue una experiencia de las más importantes de nuestras vidas.

Enseguida que llegaron, toda la gente en Cuba pensaba en Adriana, en el reencuentro de ustedes. Verla embarazada fue una sorpresa. ¿Por qué no se hicieron públicas las gestiones para que ustedes pudieran tener a Gema?

Si se hacía público antes de que ocurriera, podía ponerlo todo en peligro. Eso fue fruto de concesiones que se hicieron totalmente en secreto. Pero te confieso algo que creo no he dicho en ningún lugar, cuando ya se conoce que Adriana está embarazada, la intención o la idea original era hacerlo público. Incluso, pretendíamos hacer una carta de los dos a algunos amigos para circularla, sabiendo que eso se haría público rápidamente. Llegué a hacer la carta, pero alguien nos dijo que la aguantáramos un poco, ese fue otro elemento que me hizo pensar que algo más se estaba cocinando. Para ese entonces las negociaciones se estaban desarrollando a cierta velocidad y entonces alguien pensó, con toda razón, que si se daba a conocer lo del embarazo, podría poner en peligro otras cosas que se estaban desarrollando. Ahí viene la decisión de esconder a Adriana y de no hacer público el embarazo.

Tener un hijo o una hija, siempre fue una aspiración nuestra. Primero yo estaba terminando mis estudios en el ISRI y después ella estaba terminando sus estudios en la CUJAE. Estuve un tiempo en Angola. Siempre había momentos claves que nos hacían tomar la decisión de aplazarlo. Incluso, cuando voy a partir para esta misión, le dije: «mira, este sería un buen momento para tener un hijo, podríamos aplazarlo o tenerlo, pero si lo tenemos ahora, tú tendrás que criarlo los primeros años sola», y entonces decidimos aplazarlo, claro, uno no pensaba que la misión fuera a extenderse tanto.

Cuando caí preso, fue una de las primeras cosas en las que pensé: «si esto se complica, nos quedaremos sin hijos». Llegó un momento en el que ya habíamos perdido la esperanza. Incluso en las cartas, jocosamente, a veces en serio, valoramos la posibilidad de adoptar un niño o cualquier otra variante, pero ya estábamos seriamente viendo la posibilidad de que no pudiéramos ser padres.

Todo el proceso fue una angustia tremenda, porque primero yo estaba muy pesimista. Cuando pedí la posibilidad de que Adriana quedase embarazada lo pedí por joder, por subirles la parada, vamos a pedir esto, pero estaba convencido de que no lo iban a aceptar.

Después no nos dijeron que no. Las cosas siguieron desarrollándose y dijeron que lo estaban valorando, hasta que hubo un momento que dijeron que sí, que lo aceptarían. No lo creía. Hasta que un día me llaman en la prisión con mucho misterio para hacerme unos análisis de sangre que nadie sabía quién había ordenado. Me dije: «esto va en serio».

Entonces vino la parte angustiosa de saber si iba a funcionar o no. La primera vez que se le implantaron los embriones no los retuvo, eso fue un golpe: saber que no había funcionado después de un proceso de meses. Incluso valoramos, «seguimos o no seguimos». Adriana al principio me decía «vamos a dejarlo», y le insistí un poco, y seguimos.

Cuando tuvimos la alegría tan grande de saber que estaba embarazada, venía la otra parte: « ¿Algún día la voy a ver o podré criarla? ¿Qué edad tendrá cuando la vea?, si es que la veo». Era una cuestión agridulce. Por una parte una alegría muy grande y por otra, nuevas interrogantes que se habrían y nuevas angustias, hasta que finalmente ocurrió lo que ocurrió.

Gema se ha convertido en hija de todos y de todas en Cuba. ¿Cómo los hace sentir eso como padres?

Nosotros tuvimos que sentarnos varias veces a hablar sobre eso, porque al principio, hubo cosas que nos sorprendieron. Una vez una señora por la calle nos dice con tremendo carácter: «¿y por qué ustedes no han enseñado más fotos de Gema?» (se ríe), y al darse cuenta de la sorpresa en nuestras caras,nos dijo:«Gema no es hija de ustedes nada más, es hija del pueblo de Cuba». Cosas de ese tipo nos hicieron sentarnos a decir, bueno, qué hacemos. Para nosotros es algo nuevo y es una línea estrecha la que uno tiene que caminar entre hacer de esto una telenovela, que no es algo que queremos, o virarle la espalda a la gente y decir que no vamos a enseñar más fotos porque esa es nuestra vida privada. No creemos que ningún extremo sea el correcto.

Por eso cuando fue el cumpleaños enseñamos algunas fotos. Hace un tiempo me enteré de que hay un sitio que se llama «Gema de Cuba». La gente pensaba que era de nosotros; pero yo no sé ni quién lo hizo. Creo que ni siquiera se hizo desde Cuba, y hay muchas fotos de ella ahí.

Es una situación difícil para nosotros que somos padres primerizos y padres de una niña que tantas personas quieren y se interesan por ella. Créeme que hacemos el mayor esfuerzo por navegar ahí, sin pasarnos ni para un lado ni para el otro.

En estos momentos, ¿cuáles son tus planes inmediatos? ¿Tus prioridades?

Hasta ahora hemos viajado por Cuba y respondiendo a algunas invitaciones en otros países. Quiero ir con urgencia a las Tunas, a Pinar del Río, a Sancti Spíritus. Me quedan muchísimos lugares claves (me gustaría ir a toda Cuba, claro), donde hay personas que jugaron un papel importante en la lucha por nuestra liberación. Son historias bonitas, como el caso de Andy Daniel, un niñito con un defecto de nacimiento en la mano que me escribía desde que era chiquitico y ganó un concurso de dibujo; hoy es un muchacho de 14 años. Por eso quiero ir a muchos lugares de la geografía de nuestro país donde hay historias relacionadas con los Cinco Héroes. No hemos podido hacerlo desgraciadamente por el ritmo que hemos llevado de actividades, pero lo queremos hacer.

Hemos estado en contacto también con diferentes sectores de nuestra población, centros de estudio, de trabajo. Donde se nos pide que estemos, ahí estamos, en la medida de las posibilidades porque son muchas cosas.

Desde el punto de vista personal, por supuesto, quiero dedicarle el mayor tiempo posible a la crianza de Gema y a la familia, recuperar un poco el tiempo (no me gusta decir el tiempo perdido), que no estuve con ellos, sobre todo con los sobrinos que no conocía, con Adriana, en fin, con la familia en sentido general.

Como revolucionario, siempre que me preguntan, digo que mi único plan o mi plan más importante es seguir sirviéndole al pueblo, a nuestra Revolución

«Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», dijo Fidel. ¿Será que la humildad es uno de los rasgos característicos de los Cinco?

Cuando asumimos esta tarea, lo que estaba en el programa era que nosotros íbamos a dedicar a esto cierta cantidad de años y que íbamos a ser combatientes anónimos. O sea, si hay un poquito de vanidad en ti, esta no era la profesión que tenías que haber escogido. Desde el mismo momento en que asumimos la tarea, sabíamos que iba a ser para eso. No nos hubieran seleccionado si supieran que nosotros éramos vanidosos.

Los Cinco siempre hemos sido conscientes de que no somos nada especiales. Hay muchísimas compañeras y compañeros en Cuba que, primero, estaban haciendo lo que nosotros y nadie los conoce; segundo, lo están haciéndolo todavía y lo seguirán haciendo siempre que sea necesario, con la premisa de que lo que ocurrió con nosotros fue algo raro que respondió a determinadas y muy específicas circunstancias. Posiblemente esa no se va a repetir. Cumplen su misión con la premisa de que van a ser héroes y heroínas anónimos de este país y no van a tener el reconocimiento directo, ni siquiera de su familia.

Eso es algo que los Cinco siempre hemos tenido muy presente. Si nosotros estamos aquí hoy, es por el ejemplo de otros que lo hicieron antes y que se sacrificaron como nosotros; y nadie los conoce. ¿Qué mayor ejemplo que ese? ¿Cómo tú crees que nosotros podamos sentir algún tipo de vanidad o presumir de algo? Nos tocó que se nos conociera, pero somos conscientes de que lo que hicimos, ni lo inventamos nosotros, ni fuimos los primeros en hacerlo, ni mucho menos seremos los últimos.

Si tuvieras que mandarles un mensaje a los jóvenes cubanos ¿qué les dirías?

Nosotros siempre hemos insistido en la importancia de conocer la historia de nuestro país. Hace poco, al inicio de la entrevista, tú me preguntabas sobre mi formación y recuerdo algo que a mí me marcó para toda la vida. Fue cuando, siendo un niño, mi papá tenía un buró con llave y un día se le quedó una gaveta abierta, la abrí y saqué una colección de las primeras revistas Bohemia después del triunfo de la Revolución. En ellas venían las fotos que les habían prohibido publicar durante los años de la dictadura. Venían fotografías de lo que se encontró en las estaciones de policía cuando fueron ocupadas por el Ejército Rebelde, los implementos de tortura; fotografías de cadáveres, de jóvenes asesinados, acribillados a balazos. Todo eso a mí me marcó de una manera tal que me propuse dar todo lo que pudiera de mi vida para que ese pasado no volviera a Cuba. Un muchacho que no conozca eso, no puede tomar una resolución así. Tú no puedes crearte determinadas convicciones si tú no conoces determinados elementos de tu propia historia.

A mí me preocupa que algunos jóvenes no se interesen por estudiar la historia de este pedacito de tierra donde están parados. A veces uno se acostumbra a caminar por las calles y a pasarle por el lado a una tarja que está en una pared y ni se detiene a leerla. O estamos esperando una guagua en la acera sobre la que estuvo muerto un joven que fue asesinado; uno no se detiene a pensar en eso.

A veces hay jóvenes de 23 o 24 años, que dicen que les interesa el destino de su país, pero no ahora: «cuando sea mayor, a lo mejor»… No se detienen a pensar en la edad que tenía Frank País cuando murió asesinado, o la edad que tenía José Antonio Echeverría. A mí me parece que hay muchos jóvenes que se subestiman y siempre ven ese escalón inferior, se ven en ese escalón cuando hablamos de los destinos de Cuba y del futuro de la Revolución. Piensan que eso es tarea de otros que están más arriba en términos de edad o preparación. Quizás un poco de responsabilidad sea nuestra, por no haberles enseñado a esos jóvenes que ellos son los protagonistas de este proceso, de esta Revolución; no el futuro, sino el presente de la Revolución.

Les diría a los jóvenes, como dice el pensamiento de Nikolai Ostrovsky, que si mal no recuerdo tenía Tania la guerrillera en su diario: «la vida es una sola y hay que vivirla de manera tal que cuando uno llegue al momento de mirar atrás, pueda sentir la satisfacción que la vivió por una causa, que la vivió por un propósito». No hay nada más triste que llegar a viejo y que un hijo o un nieto le pregunte a uno: ¿Y qué tú hiciste con tu vida, a qué te dedicaste, qué legado positivo nos vas a dejar…? y no tener nada que decir.

Les diría que se preocupen por su legado, que la responsabilidad que tienen en sus manos es inmensa. A nosotros, los Cinco, muchas personas nos ven como paradigmas, como ejemplos, pero a nosotros no nos hicieron en un laboratorio, somos cinco hombres a los que nos tocó la responsabilidad de defender a la Revolución desde estas filas, y lo asumimos. Hay muchísimas personas en este país, muchos héroes y heroínas anónimos que han sacrificado sus vidas por la Revolución y han dejado una huella, aunque sus nombres nunca se conocerán.


Poema: «La muchacha de la parada»

Ante mí apenas distingo una silueta
que se empeña en dibujar ademanes didácticos,
y a mis oídos casi llegan detalles
de conceptos jurídicos y conflictos internacionales;
pero en mi mente solo está aquella muchacha
de la parada,
la estudiante de Química
cuyo nombre ignoro,
aunque conozco su tímida mirada
porque día a día agiganta el hechizo
de los amaneceres en La Rampa.

Esa muchacha tal vez mañana,
cuando al sentarse tome cortésmente mis libros,
se entere que un desconocido,
admirador de su belleza
desatendió una clase
por escribirle este poema.

Gerardo Hernández Nordelo (20–10–1986 8:35 a.m.).
En un turno de Derecho Internacional

Este poema llegó a manos de Adriana al día siguiente de haber conocido a Gerardo en la parada del ómnibus de la ruta 32 en la céntrica calle 23, conocida por La Rampa en el Vedado, donde se citaron desde entonces cada día hasta que en noviembre de ese mismo año se hicieron novios y comenzó una preciosa historia de amor.





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