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jueves, 22 de septiembre de 2016

Precariedad Laboral y Basque Country Label

El Museo Guggenheim de Bilbo es el buque insignia del modernista renacimiento de esa ciudad en particular y la Comunidad Autónoma Vasca en general. El ícono de una sociedad que se reimaginó y se rediseñó a sí misma, poniendo toda la distancia posible del rudo folklorismo que le caracterizaba, el brillante metal etéreo de Frank Gehry representa un giro de 180 grados con respecto a la pesadez herrumbosa de Txillida o de Basterretxea.

Pero como todo símbolo del post modernismo, guarda secretos.

Este artículo en El Diario, con un extraordinario título, nos revela uno de ellos:


El Museo Guggenheim de Bilbao va a dejar en la calle a 18 de sus trabajadores. El único delito que han cometido fue convocar una huelga para intentar acabar con la precariedad en la que viven. El museo no se lo ha perdonado y, si nada cambia en las próximas dos semanas, el próximo 30 de septiembre será su último día en el Guggenheim. 

Los 18 del Guggenheim son educadores y orientadores encargados de las visitas guiadas, talleres o programas escolares. Cobran por horas: una base salarial de 5,35 euros brutos la hora que en el mejor de los casos puede alcanzar los 12,30 euros prorrateando vacaciones y pluses. No cobran festivos ni nocturnidad, ni están contratados en sus categorías profesionales correspondientes, denuncian los trabajadores. Según el propio Museo –que emplea a estos trabajadores a través de una subcontrata de Manpower Group– ninguno de ellos tiene una dedicación superior al 42% de la jornada anual. Hay casos de educadores que trabajan de martes a domingo, mañana y tarde, y cuyos sueldos rondan los 700 euros al mes. El salario medio se sitúa en unos 600 euros.

Los educadores reclamaban un salario digno y la garantía de la subrogación de sus puestos de trabajo. El museo adjudica el contrato cada año y tenía previsto sacar el nuevo concurso, pero ha preferido cortar por lo sano: no habrá concurso público y el Guggenheim contratará a tres personas a jornada completa a través de una bolsa de trabajo a la que no pueden acceder los actuales trabajadores. Es decir, los 18 del Guggenheim, que convocaron una huelga, se van a la calle. Se quedan sin trabajo. 

¿Y quién les va a dejar sin trabajo? ¿Quién gobierna el Guggenheim? Leo en la web del museo que el Comité Ejecutivo es el órgano de gobierno encargado de la gestión y administración de la Fundación del Guggenheim que dirige el museo. Ese Comité Ejecutivo está presidido por el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, y está compuesto por políticos del Gobierno vasco y de la Diputación de Bizkaia, el alcalde de Bilbao, representantes de la Fundación Museo Solomon Guggenheim, el presidente de la BBK, el director general de la Fundación BBVA y el presidente de la Fundación Iberdrola. El propio museo reconocía en un comunicado que la decisión había sido consensuada con el Gobierno vasco, la Diputación de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao.

Los 18 del Guggenheim –como otros miles de trabajadores vascos– pertenecen a esa clase social llamada el 'precariado'. Superpreparados, pero explotados. Trabajadores temporales con contratos parciales. Sin futuro y castigados por levantar la voz. Lo que está ocurriendo en el Guggenheim es un aviso a navegantes: caerán cabezas si os atrevéis a ensuciar con vuestras protestas la brillante postal de titanio que hemos construido en Euskadi. Os aplastaremos si osáis desvelar "el lado tenebroso del Efecto Guggenheim y la burbuja cultural".

Probablemente no sea casualidad que esta venganza llegue después de que los trabajadores del Museo de Bellas Artes de Bilbao se lanzaran a la huelga y consiguieran mejorar sus condiciones laborales. La victoria del Bellas Artes amenazaba con una revuelta en las instituciones culturales del país.

El caso de los 18 del Guggenheim no es aislado. Bajo la excusa de que los trabajadores pertenecen a una empresa subcontratada, las instituciones públicas se han solido lavar las manos sobre las condiciones laborales, la precariedad y los abusos que se cometen bajo su paraguas. Desde que empecé en el periodismo a finales de los años 90 he escuchado siempre la misma letanía: "Lo sentimos mucho pero legalmente nosotros no podemos hacer nada", dicen los gobernantes que explotan a trabajadores por mediación de empresas subcontratadas.

Si las leyes no son justas y no permiten supuestamente a las instituciones controlar mejor a las subcontratas, ¿por qué no se cambian las leyes?

El resultado es beneficioso para todos. Los gobernantes consiguen adjudicar obras y servicios a la baja, y se vanaglorian de ello como si fueran capaces de gestionar mejor a sabiendas de que la consecuencia es tener a gente machacada. Y las subcontratas hacen negocio y, a veces, incluso se saltan la legalidad para ahondar todavía más en la precariedad y rozar la esclavitud laboral. Todos salen beneficiados, salvo los trabajadores que se encuentran en la base de esta pirámide de avaricia ética y económica.  

El Guggenheim es un caso más, pero no es un caso cualquiera. Es la imagen de la modernidad de este país en el que algunos llaman "altos costes salariales" a intentar tener una vida digna. El país de los eufemismos que abrillantan las placas de titanio tras las que se esconden miles de injusticias.





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