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sábado, 12 de noviembre de 2016

Egaña | La Nostalgia como Isotopía Política

Para abundar más en el tema de la expulsión de los huesos de los genocidas franquistas de suelo vasco, les compartimos este texto que nuestro amigo Iñaki Egaña ha dado a conocer en su cuenta de Facebook:


Iñaki Egaña

Justo, desde muy chico, incluso antes de hacer su primera comunión, asistía a la misa mayor, con su familia. Todas las tardes rezaban el rosario. En su casa oía relatos de santos, también de grandes batallas que transmitían aún el olor a la pólvora. Hizo la carrera militar. Se casó con Carlota, hermana de militares, uno general, el otro coronel. Un ambiente plácido, envuelto en el aroma de tiempos eternos, repleto de grandezas, medallas al valor, al arrojo en el combate.

En 1872 Carlota le dio un hijo, José, que colmaría su paso por la vida. Resonaban tambores de sublevación, alcanzaban hasta el último rincón de la ciudad las blasfemias liberales, las deshonras a la tradición que rebotaban en la pared del frontón del Salón Viejo de la Taconera. Un año después estalló la guerra. Justo, que ya era coronel, recibe la confidencia que Dorregaray está a punto de cruzar la muga. Se reúne con sus allegados que le despiden con sonrisas y lágrimas: "el honor de nuestra familia está en juego". Si no vuelve, Dios le acogerá en su seno. Justo no podía sospechar, su ambiente y su red emocional se lo impedían, que aquello era una gran ficción.
El mayo de 1873, en Eraul, ya habían formado un ejército de mil quinientos soldados. Allí estaba al frente de ellos, junto a Ollo, Valdespina, Lizarraga, Radica. Al otro lado, los republicanos, espoleados por Castelar, un escritor metido a politiquillo de tres al cuarto. La victoria fue total. Toda batalla, sin embargo, tiene sus contratiempos. Y en esa los hubo. Justo, que no vería ya la vuelta del pretendiente Carlos, que no participaría en la toma de Lizarra, ni en la mítica batalla de Montejurra, expiraría su último aliento. Fue enterrado en Lekunberri, bajo unos cipreses que le darían sombra durante los días más soleados del año.

José, su hijo, no tuvo conciencia de aquella muerte. Creció entre los cariños de su familia, colmado de fantasías guerreras, de tradiciones milenarias, de mantos de vírgenes que arropaban a los creyentes. Con 18 dejó su Iruñea y llegó a Toledo dispuesto a convertir su sueño en realidad. Defender los valores de su comunidad, recuperar la grandeza de su patria, humillada por otros dos José como él, Martí y Rizal. En la Academia se convertiría en un hombre, hecho y derecho. Su primer destino sería precisamente Cuba.

Volvió con galones de capitán. Aún quedaban lejos las estrellas de su padre. Surcó el mar de nuevo, hacia el norte de África, el Rif. Destino: Melilla. Vientos de guerra en Europa, la primera mundial, que aprovecharon los rifeños para mostrar su desapego a la madre patria, España. La sublevación. Con sus regulares y con un nuevo colega a su derecha, un gallego de nombre Francisco Franco, José rechazó la afrenta de los infieles. El Dios único y verdadero era el suyo: "Regular, soldado español, valiente soldado. Señor ten piedad, señor cuida a tus hijos Señor", plegaria antes del combate.
En 1920 tenía ya el mando de Tetuán, luego el de Melilla, el de Larache. Y al fin tenía también alguien a quien enfrentar, Abd el-Krim. Un infiel que renegaba de su patria y que dirigía a una turba de ingratos. En 1921 los insurgentes rifeños matarían a 10.000 españoles en Annual. Tremendo varapalo. La comunidad se tambaleó. ¿Era el dios musulmán más poderoso que el católico? No hubo tiempo para resolver esa falsa ecuación. Por la puerta grande. Golpe de Estado en España y los militares, los verdaderos sostenes de la patria, marcarían el rumbo.

José se sintió reconfortado. Su amigo Primo de Rivera le concedió un título nobiliario, el marquesado del Monte Malmusi, el monte de las palomas, donde Abd el-Krim fue derrotado. Ya no era únicamente un destacado militar, teniente general a esas alturas, sino un noble. Como los que se pavoneaban por la recién abierta Gran Vía de Madrid, desde la puerta de Alcalá hasta la Plaza de España. Pero, ¿un nombre infiel para su nobleza? Primo de Rivera accedió a sus ruegos y cambió el título de Malmusi por el de "Marqués del Rif". Ahora, su padre Justo, a la sombra de los cipreses de Lekunberri, estaría orgulloso de su retoño.

Tiempos convulsos. Fue nombrado director de la Guardia Civil en 1928. Tres años más tarde, sin embargo, retornarían los contumaces blasfemos, los malos españoles, espoleados esta vez por una caterva de obreros que soñaban hacer la revolución roja, como la que había echado de palacio al zar en la Rusia imperial. La Segunda República española. En 1932, aquel gobierno republicano le zarandeó. Le trasladó de la dirección de la Benemérita a la de Carabineros y luego a la Capitanía General de Andalucía. Así que, rememorando a su ya fallecido amigo Primo de Rivera, preparó un golpe de Estado. La huelga general de comunistas y anarquistas, y las dudas de sus aliados naturales, los carlistas, dieron al traste con su proyecto.

Condenado a muerte e indultado por Niceto Alcalá-Zamora, fue internado en El Dueso, cárcel emblemática donde las haya. Negocios entre bambalinas y destierro pactado a Estoril (Portugal). Aquellos rojos que habían frustrado su golpe ganaron las elecciones a Cortes españolas en febrero de 1936 y vuelta a empezar. Emilio, un general con sus mismas convicciones en la guerra del Rif y compañero en la asonada de 1932, iba a estar a su lado en el nuevo golpe de Estado. Amigos hasta la muerte.

Y así fue, porque José, José Sanjurjo, murió en accidente de aviación, tenía tantos trastos y recuerdos que su peso fue fatal para un pequeño cacharro británico que no remontaría el vuelo cuando despegaba de Cascais. Emilio, Emilio Mola Vidal, su amigo, fallecería en otro accidente de avión once meses después, esta vez en el Cerro Perejil, no el Laila árabe que reivindica la realeza marroquí cerca de Gibraltar, sino en Burgos. Un Mola que había sembrado Nafarroa, de donde había sido gobernador militar, de viudas y huérfanos.

El destino unió a José y a Emilio, al igual que en vida, también en su muerte. Ambos serían enterrados en un columbario en Iruñea, en 1942, bajo una pompa propia de un imaginario que desde hoy trataríamos como psicótico. Los restos de Mola fueron trasladados al "Monumento a los Caídos" en 1961. Los de Sanjurjo, desde la cripta de la catedral de Iruñea.

Dicen que los sapiens somos los únicos animales que podemos imaginar cosas. Yuval Noah Harari va más allá al señalar que la dominación del sapiens se debe a que somos capaces de tejer una red (inter)subjetiva de sentido. Una red de leyes, fuerzas, entidades y lugares que existen en nuestra imaginación común. La nostalgia es una de ellas. La nostalgia como isotopía (línea temática), como un arquetipo de memoria colectiva.

Ahí concurre, precisamente, el encuentro simbólico de Sanjurjo y Mola en la cripta del antiguo Monumento a los Caídos de Iruñea. Un icono para moldear la conciencia colectiva, desde 1939 a 2015. Para valorar en determinada posición política, social y cultural todo aquello que representaban, en ese imaginario construido para dominar la escena anterior y la actual a través de una nostalgia de valores castrenses, religiosos, patrios.

Pero los tiempos cambian. Es la evolución humana, una evolución inevitable. Tarde o temprano. Así ha sucedido siempre y así sucederá. Se desmoronó la simbología faraónica que se alargó durante tres mil años. Se desmorona, es obvio, la franquista, al menos en nuestro entorno comunitario.

La perspectiva, además de cerrar heridas (otro capítulo abierto: las cerradas hasta hace bien poco lo habían sido a golpe de sable y fusil), nos trasladará a la historia. Porque la historia tal y como la llamamos no es más que relato. Y en el nuevo relato que se está tejiendo sin nostalgia (¿qué nostalgia podemos tener los eternos oprimidos, vejados y ejecutados) se tratará a aquellos iconos como lo que fueron, historias de ficción, cuentos macabros (que lo fueron) y desviaciones patológicas de unos protagonistas que se creyeron ungidos por un ser supremo al que la ciencia hace tiempo descartó.






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