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jueves, 5 de enero de 2017

El Camaleónico PNV

Definitivamente el diferencial vasco da para mucho, incluso, para que un partido conservador pueda llegar a ser considerado "de izquierda", para enojo de tirios y desmayo de troyanos.

Nosotros le denominamos el Patronato del Neoliberalismo Vascongado, así que ya se imaginarán nuestra opinión al respecto.

Aquí les compartimos este artículo de opinión publicado en Deia:


Jose Javier Abasolo

La irrupción de Podemos en el panorama político español no solo ha trastocado el bipartidismo imperfecto imperante hasta hace muy poco, sino que ha vuelto a traer al primer plano de la actualidad política la diferenciación entre derechas e izquierdas que, en los tiempos de esplendor del estado de bienestar, parecía haberse difuminado. De hecho, uno de los motivos por los que la anterior dirección del Partido Socialista afín a Pedro Sánchez se negó a apoyar la investidura de Mariano Rajoy se debió, precisamente, a que se consideraban la alternativa de izquierdas frente a las políticas derechistas y conservadoras practicadas por el Partido Popular durante la anterior legislatura. Por su parte, desde las filas del partido de Pablo Iglesias, tras la abstención socialista, se reivindican constantemente a sí mismos como la única oposición al gobierno y, por supuesto, como la auténtica izquierda. En el fondo estamos ante las dificultades con las que se está enfrentando la socialdemocracia europea para resituarse en los tiempos actuales, lo que posiblemente conlleve una redefinición de los términos clásicos de derecha e izquierda.

Si bien históricamente la diferenciación entre ambos polos políticos surge de los tiempos de la revolución francesa, es con el surgimiento de los partidos de clase, socialistas y comunistas, cuando esos términos adquieren su mayor virtualidad. Ambas familias políticas constituían la genuina izquierda, situándose el resto de las fuerzas, independientemente de sus diferencias, en muchas ocasiones abismales, en lo que genéricamente se denominaba “las derechas”. Tras la división de Europa en dos bloques al finalizar la II Guerra Mundial, la izquierda dejó de ser monolítica, sobre todo desde que los socialistas alemanes, en su congreso celebrado en Bad Godesberg en noviembre de 1959, renunciaran al marxismo, abriendo un camino que veinte años después continuó Felipe González al impulsar una decisión idéntica en el Partido Socialista Obrero Español. La socialdemocracia, a partir de entonces, inició un camino que la llevó a gobernar en muchos países al mismo tiempo que la separó del comunismo imperante en la Europa oriental.

Consecuencias

La consecuencia más importante de esa división fue la confluencia entre los socialdemócratas y las entonces emergentes corrientes democristianas para construir el estado del bienestar. El objetivo de los socialdemócratas, nunca confesado del todo, dejó de ser la sustitución del capitalismo por el socialismo para pasar a ser la corrección de las injusticias y desigualdades que aquél generaba. La colectivización de los medios de producción, una de las máximas de las izquierdas en sus orígenes, dejó de ser una de sus más notorias reivindicaciones. Y cuando, tras la Perestroika, la mayoría de los regímenes comunistas fueron cayendo uno tras otro, esa seña de identidad de la izquierda tradicional pasó a la historia. Hoy en día, nadie en su sano juicio se cree que si quienes se consideran de izquierdas llegan al poder, al menos en Europa, vayan a nacionalizar la banca y colectivizar las grandes empresas. Desaparecido, por tanto, salvo entre grupos marginales, lo que era uno de los objetivos clásicos de la izquierda en su lucha contra la derecha, ¿qué queda de la división tradicional entre ambos espectros políticos?

Si tanto la derecha democrática (que habitualmente prefiere definirse como centrista) como la izquierda socialdemócrata aceptan la economía de mercado, es decir, el capitalismo, parece que hay que buscar la diferencia en otros aspectos. Y así podemos observar cómo las derechas se aferran, para llegar a su electorado, a la defensa de lo que consideran valores tradicionales de las sociedades occidentales mientras que las izquierdas suelen incidir en su mayor apoyo a los desfavorecidos. Pero la práctica nos demuestra que no todo es tan sencillo. Es posible que ningún partido europeo de los tradicionalmente considerados como conservadores haya impulsado leyes para facilitar el derecho al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la igualdad entre hombres y mujeres, pero cuando han llegado al poder se han acomodado a ellas y los pocos amagos para cambiarlas -recordemos los intentos de Ruiz-Gallardón para reformar la Ley del Aborto- han sido infructuosos. Del mismo modo, sobre todo a partir de la Tercera Vía comandada por Tony Blair, se ha producido una carrera entre los partidos socialdemócratas para ver quién defendía con más ahínco posturas neoliberales, aunque eso significara cortar las alas a los sindicatos (que tampoco es que lo hayan hecho todo bien) y recortar derechos sociales a los ciudadanos, excusándose en las exigencias de una economía en crisis y globalizada comandada en su propio beneficio por quienes, tras la caída del comunismo, piensan, y desgraciadamente no sin razón, que ya nada ni nadie puede pararles.

Diferencias

¿Significa eso que ya no hay diferencias entre la derecha y la izquierda? Seguramente, no; al menos mientras haya quienes se definen de un modo u otro, pero no nos dejemos engañar por grandes proclamas. Quizás lo más importante no sea ser de izquierdas o derechas sino lo que se hace para mejorar la vida de la gente. En Euskadi, tenemos un claro ejemplo de unos gobiernos dirigidos por un partido que nunca ha sido considerado de izquierdas, incluso se le ha querido descalificar por eso mismo, pero cuyas políticas sociales son envidiadas por ciudadanos de comunidades que llevan años siendo gobernadas nominalmente por la izquierda. Ahí está la auténtica diferencia. No en el ser sino en el hacer. Ya no basta con proclamarse defensor de los derechos sociales y democráticos de los ciudadanos, hace falta defenderlos de verdad desde las instituciones. Y, en ese sentido, el partido que gobierna en Euskadi, sin necesidad de autodefinirse de izquierdas, puede mirar por encima del hombro a quienes se proclaman de ese modo pero luego son incapaces de llevar a la práctica la defensa de esos derechos; porque no pueden o, lo que aún sería mas triste, porque no quieren o no les dejan.




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