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lunes, 30 de enero de 2017

Ireki

Les compartimos este artículo acerca de una nueva iniciativa en favor de lxs represaliadxs políticxs vascxs, misma que se desarrolla principalmente en los espacios del ámbito laboral:


Son «currelas» que estos meses suman un trabajo añadido al suyo propio: lograr adhesiones para la vuelta a casa de presos y exiliados. Una iniciativa sencilla, no va más allá de pedir una firma, pero a la vez muy ambiciosa. Aspiran a lograr 150.000, sería un récord.

Ramón Sola

Para ello hace falta trabajo y trabajo, lan eta lan, de auténtica hormiga. «Vamos como el Vietcong, en grupos pequeños, por aquí y por allá», bromea Erika Mozo, bilbotarra cuyo «tajo» diario son los comedores. Alberto Agirrebeña, de Azkoitia, trabaja en una empresa de metal; Erika Llanes, de Iruñea, en el área de los servicios privados; Joseba Egues, en una empresa papelera de Berastegi... Han comenzado a echar las redes en busca de firmas por los centros laborales, «pero queremos llegar también a quienes trabajan en su casa o a estudiantes... y es que, sea remunerado o no, todos y todas trabajamos», subraya Egues.

Y también porque todas las adhesiones cuentan para impulsar la vuelta a casa de las personas presas y exiliadas, algo que el texto de base de esta inmensa campaña sitúa como «una razón lógica: en todos los sitios del mundo en que ha habido un conflicto armado, al finalizar, aunque con modelos diferentes (todos a la vez, por grupos, en diferentes plazos, cambiando o sin cambiar leyes...), han tomado el camino a casa».

Se les iluminan los ojos al apuntar que ya se han encontrado con buenas sorpresas. Erika Mozo explica que «nadie me ha dicho cosas como ‘ya estamos con los presos a vueltas’, sino al contrario: me ha firmado gente que no esperaba en absoluto. Hay otra facilidad que no existía antes. Y se entiende que en el fondo se pide una cosa muy lógica». Elena Llanes aporta otra anécdota: «Estaba invitando a firmar a una compañera, y otra con la que no contaba y escuchó la conversación me dijo: ‘¿Y yo qué? ¿No puedo firmar?’. ‘¡Joé, por supuesto!», explica esta trabajadora navarra, que aprendió una lección.

Llegar al horizonte autoimpuesto de las 150.000, algo nunca conseguido en Euskal Herria en este ámbito laboral, es un reto para gente animosa, y requiere organización. Alberto Agirrebeña constata que «lleva trabajo, sí. Hay que estar con la gente uno a uno, explicarles la iniciativa... En Urola Kosta hemos comenzado cuatro personas».

Joseba Egues añade desde Berastegi que «lograr la adhesión persona a persona, cara a cara, está siendo quizás más fácil de lo que pensaba. Otra cosa son los agentes; convocamos una reunión con sindicatos y algunos ni siquiera respondieron». Él trabaja en una empresa con unos 160 empleados y explica que «ya hemos recogido 60 firmas y nos quedan unas 30 personas por ‘tocar’». Al preguntarle si quizás es un lugar del país en que hay una sensibilidad mayor hacia este tema, matiza que en su fábrica «no hay demasiada gente afectada directamente, solamente un par tienen algún familiar preso y otros cuatro-cinco acuden a visitas».

Llanes percibe en Nafarroa un factor de viento a favor: «Con todas las ‘pasadas’ que se han pegado en los últimos años en forma de detenciones arbitrarias, veo que hay mucha gente que conoce a personas arrestadas e incluso a presas. Sabe que ellas no han hecho nada y en consecuencia entiende mejor que a los presos hay que sacarlos». Y Mozo destaca otra conclusión interesante de estos primeros pasos de Ireki: «Con los jóvenes es más fácil, están más abiertos, vienen más ‘vírgenes’ por decirlo de algún modo, te firman enseguida. Y luego hay muchos que te dicen ‘por supuesto que sí firmo, es que ¿cómo seguimos así a estas alturas?’».

Muchas personas que acudieron a la movilización de Bilbo el 14 de enero vieron la pancarta de Ireki en las calles e incluso pudieron aportar su firma, dado que en algunos autobuses se aprovechó para recogerlas. Ello sirve para ir dando a conocer la iniciativa y que empiece a extenderse. Han comenzado por los centros laborales más clásicos, aunque eso también tiene su complejidad: «En Bilbo, por ejemplo, nos encontramos con muchas empresas pequeñas, 20-25 trabajadores», dice Mozo. Y Llanes añade que «nuestro problema en el ámbito de servicios privados es que es muy amplio: comercios, hostelería, restaurantes...» Desde febrero se plantean dar otros saltos, recurriendo a las nuevas tecnologías para llegar más lejos. Y luego tienen claro que irán adonde haya que ir, en cada pueblo un plan distinto que viene a confirmar la diversidad de la iniciativa: «Fútbol», apunta Mozo; «bertsolaris», añade Egues; «carnavales, otras fiestas», se sugiere desde otros puntos de la mesa. Todo ayudará a abrir el candado que ha quedado apoyado en la pared, como el testigo mudo que da sentido a todo este ingente esfuerzo.

«Ya era hora»

A la razón lógica, el documento de Ireki le suma otra: «La razón que nos asiste a los trabajadores y trabajadoras». Y hace una autocrítica: «Durante estos últimos años, desde el mundo laboral no hemos sido capaces de incorporar a nuestra dinámica la situación de las personas presas y exiliadas». Algo que sí ocurrió en situaciones mucho más difíciles: Foro de Ibaeta, ayunos, manifestaciones, paros... «Percibo que la gente estaba pidiendo algo así –subraya Agirrebeña–. Una vez que se explica, no es difícil unir el tema político y el laboral». «Los trabajadores somos una gran fuerza y hay que ponerla en marcha», apunta Egues. Mozo añade que «históricamente el movimiento trabajador ha tenido gran fuerza, pero hace tiempo que no había una campaña así, se echaba en falta». Y Llanes cierra subrayando que es un momento propicio: pese al bloqueo político, «no veo ningún desánimo, al contrario, ahí está todo lo que ha generado Kalera Kalera».

150.000, se dice pronto. «Si lo logramos, será un subidón enorme», afirma Llanes. «Aun a sabiendas, ojo, de que la pelea seguiría, porque solo con firmas no vamos a sacar a los presos», matiza Egues, realista. Se trata básicamente de «poner un granito de arena», interviene de nuevo Llanes. Y eso ya genera la «satisfacción» que reconoce Agirrebeña: «Es algo simple, pero aporta».






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