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sábado, 14 de enero de 2017

Las Cruzadas contra Nabarra

Cuando se escucha o lee la palabra Cruzada por lo general la mente del lector deriva hacia un enfrentamiento en un terreno semidesétrtico ubicado en el Levante entre los ejércitos cristianos armados con espadas en contra de los moros.

Pocos saben que el exterminio por pretextos religiosos también tomó lugar en Europa y que el pueblo vasco fue uno de los más afectados por los excesos de esos poderosos monarcas denominados Papas y por sus favorecidos, desde la Batalla de Orreaga hasta Gernika, pasando por el periodo descrito en este reportaje publicado en Deia:


El euskera usado por Joanes Lizarraga fue el primer intento de establecer un idioma nacional de todos los vascos

X.K.

El siglo XVI fue un tiempo de cambios culturales muy importantes en Europa. Cambios en la concepción geográfica de nuestro mundo, ampliados con el descubrimiento de América, y cambios también en las creencias religiosas, con la aparición del protestantismo, en oposición a las interpretaciones monolíticas y excluyentes de la Biblia por parte de Roma.

En 1512 el rey católico Fernando de Aragón, por medio del duque de Alba, invade el reino de Navarra, con la excusa de la supuesta excomunión de sus reyes por el Papa, lo que conllevaba su pérdida de autoridad para gobernar, consecuencia de supeditar ésta al beneplácito divino, Rey por la gracia de Dios. Aunque el Papa no confirmó dicho documento, y todo apunta a que se trataba de una falsificación del propio rey aragonés para justificar la invasión; ello no justifica el silencio cómplice de Roma, que desoyendo las razones de los reyes navarros, optaron no por la justicia, sino a favor del reino más grande y poderoso.

A consecuencia de ello, y en el marco de las nuevas interpretaciones bíblicas, en la Navidad de 1560, la reina de Navarra, Joana de Albret, decidió convertirse públicamente a la reforma de Calvino, y, posteriormente declarar el calvinismo como religión oficial de Navarra, propiciando las traducciones a la lengua vasca del Nuevo Testamento, del catecismo calvinista, del calendario y de un abecedario para enseñar a leer a los niños. Para realizar tales traducciones se nombró a Joanes Leizarraga, a quien todos reconocían un nivel óptimo de conocimientos en vasco, siendo hijo del pueblo de Bricous, en vasco Beraskoitz, (hoy pronunciado Beskoitze), quien contó para su trabajo con la ayuda de tres vascos suletinos y un labortano.

Ante la diversidad dialectal de nuestro país, Leizarraga optó por realizar su traducción en una suerte de koiné o euskara unificado basado en el labortano, con la inclusión en el mismo de palabras y giros tomados de las variedades bajo-navarras y del suletino. De no ser porque conocemos muy bien la situación real del idioma, en aquel tiempo, a la vista de la homogeneidad del resultado, cualquiera hubiera podido creer que los textos traducidos por Leizarraga eran el fruto de una larga tradición escrita y normalizada del mismo, cuando en realidad se trataba de un modelo creado por él mismo. Aquel resultado fue el primer intento de establecer, a partir de las variantes dialectales, un idioma de carácter nacional y unificado para todos los vascos, basándose, como era lógico, en los dialectos y lenguas que el conocía mejor: euskara, francés, bearnés, latín, griego y posiblemente castellano. Sin embargo, parece que para su traducción partió de la base de la Vulgata y de una traducción francesa publicada en Ginebra en 1563 revisada y corregida por el propio Calvino y anotada por Augustin Marlorat. El resultado fue un texto bastante culterano, en el que no escatimó el uso en vasco de términos greco-latinos, hasta entones casi desconocidos en la lengua vasca.

La llegada al trono de Francia de Enrique III de Navarra, hijo de Joana, conllevaba, por su parte, la obligación de adjurar del protestantismo de su madre y abrazar el catolicismo, requisito que el nuevo rey aceptó con el conocido comentario de Paris vaut bien una messe (Paris bien vale una misa).

Si bien el periodo protestante fue breve en el reino de Navarra, ese hecho hizo que los católicos no olvidaran su gran labor en cuanto a los textos escritos para el pueblo, impulsando ellos también la literatura religiosa en vasco, con escritores como Joanes Etxeberri de Ziburu, Pedro Axular, Argainarats, Harizmendi, Gazteluzar y el suletino Tartas. Aunque los primeros dieron lugar a la llamada Escuela de Sara, no fue de su interés impulsar una lengua literaria unificada, sino que animaron a cultivar los dialectos y variedades locales, alcanzando en ellos un gran nivel. El uso y desarrollo literario de la lengua vasca como vehículo de cultura en aquel tiempo fue sincrónico y similar al de muchos otros idiomas europeos.






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