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lunes, 17 de abril de 2017

La Trampa de Airbnb

Desde GQ nos alertan acerca del asalto neoliberal a un modelo de turismo que inició bien para después ser secuestrado y devestido de su caracter propio, como acostumbra hacer las cosas el capitalismo.

En el mismo, se menciona a un destino turístico en Euskal Herria como uno de los más afectados por la tergiversada práctica, misma que puede llegar a ser tan nociva como el Todo Inluido.

Aquí tienen la información:


Turistificación: 1. Impacto que tiene la masificación turística en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades.

Javi Sánchez

Airbnb nació como una buena idea de Internet: compartir, conocer gente y sacarse unos euros. Alquilar a turistas ocasionales esa habitación de invitados, desayunar con ellos, orientarles un poco por tu ciudad. El anfitrión obtenía dinero, y los turistas un precio mucho más barato y, con suerte, un trato humano mucho más buenrrollista que el que proporcionaban los Bed'n'breakfast de los que sacaba el nombre.

Ése era el propósito inicial. Si Uber desplazaba al taxi, Glovo al asistente personal y Fiverr al autónomo, Airbnb peleaba a la vez contra caseros y hoteles. La economía colaborativa nos prometía un futuro esplendoroso y horizontal, en el que cada individuo con una propiedad o un medio de producción podía vivir el sueño emprendedor a microescala.

Ciudades irreales: cuando el sueño se convierte en pesadilla social

Hoy, Airbnb cuenta con 78.000 propiedades en alquiler en París, por citar su mayor mercado en Europa. Para ponerlo en perspectiva: Italia, el tercer mercado de Airbnb cuenta con unos 83.000 alquileres en total, en todo el país.

A París le sigue Londres, con 47.000 viviendas. 17.000 en Barcelona. 14.000 en Madrid. En todos los casos al menos la mitad de ellas se alquilan al completo: son viviendas turísticas donde no vive nadie. Gestionadas en un alto porcentaje por agencias que controlan la entrega de llaves y la limpieza de los pisos, y hasta ofrecen servicios de interiorismo para perpetuar esa ilusión de que el turista llega a una casa normal.

Disfrazadas con rostros como el de "Raquel", que pone nombre y cara a una empresa que gestiona más de 350 propiedades en Madrid en Airbnb. El "efecto Airbnb", por ejemplo, lleva en ciudades como Donostia a que el 14'4% de los anunciantes controlen el 52'5% de la oferta. Este mapa muestra como un puñado de agencias tienen más peso que todos los particulares juntos. El sueño original de Airbnb ya no existe.

No es algo puntual, es una estrategia empresarial en toda regla que se ha aprovechado de las bases con las que nació Airbnb y la falta de cualquier tipo de control en la que opera. Y no por opacidad, sino por falta de reacción: cualquiera puede comprobar en directo la situación de estos simulacros de vivienda. Casos que bordean un capítulo cualquiera de Black Mirror. Este periodista ha vivido en primera persona apartamentos de alquiler salidos directamente de esas exposiciones de Ikea en la que simulan cómo será tu hogar. Juguetes en el cuarto de los niños que no han sido usados. Libros que jamás han sido abiertos en las estanterías. Fotos de recuerdo sacadas de bancos de imágenes de stock para rememorar viajes que nadie ha realizado. Todo para prolongar esa ilusión de estar en un hogar y no en un piso turístico. Por supuesto, todo también para que ese "hogar" no sea considerado piso turístico y evada impuestos y requisitos.
El alquiler imposible

Y, si las viviendas se han convertido en pequeños parques temáticos de lo que es un hogar, imagina el peso sobre las ciudades. Especialmente sobre las grandes ciudades. Combínalo con una Ley de Arrendamientos Urbanos de 2013 que dejaba a las Comunidades Autónomas legislar a su antojo mientras cercenaba la duración máxima de los contratos de alquiler habitacional a 3 años. Y con los efectos duraderos de una crisis que en España se cebó con hipotecas desmedidas e hizo que, por fin, nos lanzásemos a alquilar en vez de a comprar.

El resultado es lo que hoy llamamos turistificación, que tiene a los regidores de las grandes ciudades en pie de guerra contra Airbnb y plataformas similares, sobre todo por las dos características nefastas que encierra para el desarrollo urbano.

La primera, resultados de esa tormenta perfecta de crisis, cambio legal y demanda, es cuantificable: desde la entrada en vigor de la nueva Ley de Arrendamientos Urbanos, el alquiler de la vivienda se ha disparado un 27% en Madrid y un 50% en Barcelona. En cuatro años. En toda España, un informe de Pisos.com sitúa en un 10% la subida interanual del alquiler medio. Los inquilinos en potencia se enfrentan a la competencia de las viviendas turísticas, ya sea a través de la agencias o de empresas que se dedican a adquirir edificios de viviendas en alquiler para desalojar a los inquilinos residentes y unirse a la nueva fiebre del ladrillo.
El segundo riesgo es que el centro de las grandes ciudades asediadas por la turistificación en la vivienda se conviertan en disneylandias deshabitadas, en apartahoteles masivos. ¿Para qué vas a montar un supermercado si en tu barrio sólo hay turistas?¿Para qué ofrecer servicios a ciudadanos que no existen? El Ayuntamiento de París, que ha firmado un reciente acuerdo con Airbnb para poner límites a la situación, calcula que la existencia de la plataforma ha negado a los ciudadanos al menos 20.000 viviendas. Y subiendo.
¿Cómo reaccionar?

Pero París es un ejemplo de que el problema ha crecido tanto y tan deprisa (a nuestras estructuras legales se les da fatal reaccionar frente a Internet) que aún no hemos visto una respuesta legal óptima en ningún caso. Ni en España ni fuera de ella, porque todo va caso a caso. Airbnb anunciaba recientemente en un post que "quieren pagar impuestos", y al mismo tiempo certificaban 250 acuerdos distintos para regular su actividad. Caso por caso.

En España, por ejemplo, mientras el Ministerio de Hacienda ha incrementado las inspecciones a los pisos clandestinos un 50%, la "solución" al problema está en manos de cada Comunidad Autónoma, sin suficiente peso, poder o interés para resolver el dilema. Si ampliamos el alcance de la invasión Airbnb, cada país europeo está actuando -de momento- por su cuenta. Italia tiene pendiente de aprobación una ley que grave con un 21% los alquileres de Airbnb. Todos. Del tipo que sean.

Mientras, desde Bruselas, la última voz de la Unión Europea sólo ponía en contexto el problema de Airbnb contra los hoteles. No el de Airbnb contra los habitantes de las ciudades. En parte porque nadie podía imaginar lo que denuncian hoy los alcaldes: que el turismo nacido de Internet terminase expulsando con más fuerza y eficacia a los ciudadanos que cualquier gentrificación previa. Porque la diferencia entre lo primero y lo segundo es que en la gentrificación hay un desplazamiento de clases sociales: vecinos con más posibilidades ocupan el lugar de los precedentes. Con la turistificación vamos a un nuevo escenario: ciudades en las que no puede vivir nadie, sólo pernoctar de paso.






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