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miércoles, 17 de enero de 2018

La Espiral del Silencio

Con la maquinaria represiva de la censura españistaní trabajando a paso de ganso, nos pareció importante compartirles este texto de Pascual Serrano aparecido en Público:


Pascual Serrano | Periodista

Se suele hablar mucho de la autocensura en los periodistas pero, en estos tiempos, en los que gran parte del periodismo se concreta a través de las redes sociales, también es importante analizar cuánta se produce en las redes. Una investigación elaborada conjuntamente por Facebook y la Universidad Carnegie Mellon afirma que “de los 3,9 millones de usuarios de nuestro estudio, el 71% se autocensuró en al menos un post o un comentario a lo largo de los 17 días que duró nuestro análisis, confirmando que este comportamiento es algo habitual. Los posts se censuraron más que los comentarios (33% versus 13%). También encontramos que los usuarios que tienen como objetivo una audiencia específica se autocensuran más que los que no buscan un público concreto”. Si bien pensar las cosas antes de lanzarlas al ciberespacio es algo muy acertado, los analistas señalan que acudimos a las redes sociales a socializar, informarnos, conocer gente, reafirmarnos… Si no se generan historias e interacciones suficientes, la red pierde valor según el estudio.  En Facebook se juntan nuestros compañeros del colegio, de la universidad, del trabajo, la familia… Nuestra diversificada red de amigos nos puede conducir a lo que se conoce como un colapso del contexto. Para gestionar este riesgo la gente recurre a estrategias mentales como limitar sus revelaciones a un contenido que les parece apropiado para todos los miembros de su red. A esto se le conoce como enfoque del menor denominador común. Los investigadores señalan que “muchas cuestiones relacionadas con la autocensura se deben a preocupaciones relacionadas con la audiencia”.

Uno de los temas importantes relacionados con el comportamiento humano y la opinión pública que se estudia en comunicación y sociología es la tendencia de la gente a no hablar sobre cuestiones de política en público, o entre sus familiares, amigos y compañeros de trabajo, cuando creen que su propio punto de vista no es ampliamente compartido. De modo que terminan callando sus opiniones si piensan que no son populares o no van a lograr la aprobación de sus interlocutores. Esta tendencia se llama la “espiral del silencio” y fue desarrollada en 1974 por la alemana Elisabeth Noelle-Neumann.

Según la tesis de esta autora las corrientes de opinión dominantes o percibidas como vencedoras generan un efecto de atracción que incrementa su fuerza final. Los movimientos de adhesión a las grandes corrientes de opinión son un acto reflejo del sentimiento de protección que confiere la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y la exclusión. Es más, quienes se identifican con corrientes que no tienen el reconocimiento mayoritario, tratan de ocultar sus opiniones. Téngase en cuenta que Noelle-Neumann estuvo afiliada al partido nazi por lo que, sin duda, sus reflexiones son significativas en el apoyo popular que este movimiento logró entre los alemanes.

La sensación de sentirte de pensamiento minoritario es lo que en el lenguaje coloquial se suele llamar “síndrome de perro verde”. Esa percepción que se tiene cuando, escuchando conversaciones en el autobús, en el mercado o la cafetería, uno llega a la conclusión de que los asuntos y los temas que nos preocupan no tienen nada que ver con lo que le interesa a la gente de alrededor.

Pero todo esto era antes de la llegada de internet y las redes sociales. Muchos pudimos pensar que plataformas como Facebook o Twitter permitirían encontrarnos con nuestros afines y terminar, primero con el “síndrome de perro verde”, y segundo con cualquier inhibición social que pudiésemos adoptar como consecuencia del miedo al rechazo y el cambio de actitud en la búsqueda de la aprobación de la mayoría. Sin duda, eso pudo suceder al principio en la medida en que internet y las redes no eran masivas y servían para encontrarse y crearse comunidades. Pero ahora la presencia ciudadana en las redes es mayoritaria y, más que buscar encontrarnos con nuestros cercanos en afinidades, son muchos los que persiguen acumular seguidores, apoyos y aplausos. A diferencia de la vida real, donde no nos obsesiona acumular amigos ni aplausos -entre otros motivos, porque ni el tiempo ni el espacio del mundo real nos permite esa acumulación-, en el mundo virtual la persecución de cifras altas de seguidores y “me gusta” resulta obsesiva para muchos internautas, incluso como forma de sentirse valorado.

El centro de investigación Pew Research, en Estados Unidos, realizó una investigación para detectar en qué medida los ciudadanos se encontraban más cómodos y predispuestos a expresar su posición ante un tema controvertido en las redes sociales que en las situaciones tradicionales cara a cara. Es decir, si la presencia social dejaba de ser eficaz y la espiral de silencio dejaba de funcionar en las redes sociales. Entrevistaron a 1.801 personas y eligieron el tema de Edward Snowden y sus revelaciones de la vigilancia gubernamental generalizada al teléfono y al correo electrónico de los estadounidenses. Las encuestas mostraban que era un tema que tenía divididos a los ciudadanos de su país sobre si estaban justificadas las filtraciones de Snowden y si la política de vigilancia del gobierno era  buena o mala idea.

El resultado fue que la gente estaba menos dispuesto a discutir la historia Snowden-NSA en los medios sociales que en persona. Estos últimos eran un 86%, pero sólo el 42% de los usuarios de Facebook y Twitter estaban dispuestos a escribir sobre esto en esas plataformas. Los encuestados estaban más dispuestos a compartir sus puntos de vista si creyeran que su audiencia estaba de acuerdo con ellos. Los usuarios de Facebook dijeron que compartirían  sus puntos de vista si pensaban que sus seguidores estaban de acuerdo con ellos. En conclusión, las nuevas redes sociales, no solo no han terminado con la espiral de silencio, sino que son todavía más vulnerables que las relaciones sociales interpersonales. Los ciudadanos buscan ser reconocidos socialmente a través del número de seguidores, los “me gusta” o los comentarios positivos en las redes. Y para ello, aparcan los temas espinosos o sobre los que consideran que sus opiniones son minoritarias. Eso lo saben bien los community manager que trabajan para pequeñas empresas. Aparte de los contenidos publicitarios han comprobado que, para conseguir seguidores en sus plataformas, deben evitar temas controvertidos y centrarse en asuntos planos que generan consensos: fotos de amanecer, imágenes de niños cándidos, odas al terruño a la amistad o al amor. Los posicionamientos, si los hay, son al equipo de fútbol local o al deportista de la zona. Que nada chirríe. Si hace unos días comprobamos que el puritanismo de las redes sociales había llegado al punto de censurar en Facebook las portadas de Interviú de hace 40 años (no se hagan ilusiones, no lo hacían por ser machistas), ahora vemos que nuestra propia autocensura en esas redes supera la que muchos regímenes coercitivos hubieran deseado. Como bien predijo Aldous Huxley, parece que la revolución tecnológica nos aboca a la ausencia de libertad bajo el formato de un mundo feliz.






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