Un blog desde la diáspora y para la diáspora

domingo, 18 de marzo de 2018

Rosa Para las Niñas

Han pasado ya algunos días desde la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Pero a Willy Toledo lo van a someter a juicio por solidarizarse con las mujeres que sacaron a desfilar en Sevilla al Coño Insumiso.


Y en el estado español quieren guillotinar a todas las feministas y meter a la cárcel por siempre a todas las mujeres migrantes por el asesinato del Pescaíto.

En ese tenor, traemos a ustedes este texto dado a conocer en la página Trinchera:


Hercilia Castro

Para Julieta

Para Daniel

Donde vivo no se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Se festeja con bombones, rosas y palabras hermosas a la da-do-ra de vi-da, a esa in-cansa-ble mujer luchona y bla, bla, bla… Los mismos políticos reproducen un discurso rosa y asumen que las mujeres tienen logros profesionales y espacios laborales, a pesar de que estadísticamente hay una brecha salarial del 16.5 por ciento.

No se protesta, a pesar de que también hay feminicidios, de que 30 mujeres violentadas llegan cada día al Instituto Municipal de la Mujer a solicitar apoyo por los diversos tipos de violencia de género que viven, que sufren.

Pero la situación no ha cambiado en ninguna época; tampoco las formas en que se cosifica a las niñas y las mujeres: los estándares que van desde instaurar un color único a cada sexo, como designar el azul para niños y el rosa para niñas.

Datos de la ONU detallan que en 2015, fueron asesinadas siete mujeres en México; mientras que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) informó que en 2017, cada minuto hay un delito sexual contra mujeres.

La violencia de género también tiene un origen, y es desde el seno familiar donde se le enseña a las niñas que siempre deben ser bonitas, recatadas, nada groseras, mientras que a los hombres se les enseña a ser fuertes, astutos, y con derecho a todo. Afuera, la sociedad les exige más estándares a cumplir que en cada momento se repiten, como el que las mujeres deben ser sexis, pero no «putas»; inteligentes, pero no mucho; si no se vuelven arrogantes. A los hombres se les exige menos. Y, mientras menor el grado académico, más cerca la violencia.

Los hechos siguientes son un ejemplo de lo que pasan niñas y mujeres ante una exigencia social que les presiona y condena a asimilar una violencia en todas sus formas, desde la institucional hasta la emocional y física.

Y, sin embargo, a pesar de que existe más información, hay casos que no serán mediatizados, mucho menos, esperan las mujeres se les haga justicia. La condición de las mujeres nunca ha cambiado. Y serán siempre las marginadas, hasta que exista una sociedad incluyente que no condene a las mujeres, y libre de machismo.

Yanet | 1993

Zeferino tira el lápiz al suelo; le pide a Yanet que lo levante. Yanet se voltea de espaldas y se agacha a recoger el lápiz que adrede tiró el profesor. Sabe lo que hace, y que eso garantiza que pase el ciclo escolar. Sólo tiene 15 años, pero ya sabe cómo funcionan las cosas.

2004

Nayeli sabe que a sus 18 la vida es fácil, sabe que tiene buena oportunidad ahora que trabaja en el ayuntamiento, no gana un sueldo alto, pero ahora que el alcalde la llame, todo cambiará. Sólo es cuestión de verse más sexy, juventud le sobra. Aunque todos cuchicheen y digan que es la amante del alcalde, sus vestidos y viajes, nadie se los quita. Ahora es ella.

Mary | 2005

A Mary la echaron de su casa, la suegra le aventó las cosas a la calle y quemó los colchones de su casa, porque, a pesar de que el hijo fue quien la contagió de VIH y murió de SIDA, para la familia del difunto, Mary es la responsable de todo, por puta.

2000

Anahí era dicharachera, soñaba con ser cantante, aunque su padre no le permitió que terminara la primaria. Huérfana de madre se tuvo que acoplar a las circunstancias y tuvo que ponerse a trabajar desde los 11 años. A veces llegaba con rasguños y moretones.

–¿Qué te pasó?

–Nada, me caí.

Después de un mes confesó:

–Mi madrastra me pega si no le tengo planchada la ropa y hago los quehaceres.

A los 17 se embarazó.

Estela | 2001

«Yo no quería casarme, a mí me casaron. Yo vivía muy feliz con mi papá, pero la señora con la que se juntó me puso una trampa. Me mandó por la leña y ahí se me acercó el que ahora es mi marido. No me hizo nada, pero eso sirvió para que ella le dijera a mi papá y fuera yo la vergüenza. Me casaron a la fuerza con el padre de mis hijos. A mí me hubiera gustado ser doctora», dice Estela con la mirada perdida.

1970

Una madre lleva a su hija menor, van por la playa, la niña no tiene más de 12 años. Un turista se acerca, paga y se la lleva unas horas a su hotel. La gente del pueblo lo sabe, pero no dirá absolutamente nada, no les incumbe.

Natalia | 1995

Natalia la guapa, alta, de tez blanca, pelo negro como la noche. Natalia sonrisas por aquí, sonrisas por allá. Natalia la cariñosa con el hijo, con los sobrinos, con los primos y los hermanos. Natalia la triunfadora, profesionista, con plaza en el ISSSTE. Natalia, a la que Jorge celaba.

–Voy a ir por mi hijo.

–No vayas, déjalo –contestó la hermana.

Y fue. Al entrar a su casa, Jorge y la suegra ya la esperaban. La golpearon hasta casi matarla, y encima, le atascaron de pastillas, lo que tomaba para su epilepsia. Cuando su familia supo, Jorge les dijo que estaba borracha. Pero la mirada de Natalia era la de una mujer asustada. Mientras subían a la ambulancia, el hijo de Natalia se reía. Pasó 11 días en coma, hasta que su cuerpo ya no pudo más.

Natalia la muerta, la que sólo quiso ir por su hijo de ocho años porque sospechaba que Jorge abusaba de él. Natalia impune. Natalia en el sepelio. Natalia que nos marcó. Por la que se exigió justicia sin marchas. Natalia. ¿Dónde quedó tu asesino? ¿Dónde fue tu hijo riéndose? ¿Supo lo que te hicieron? Natalia a la que lloramos. Natalia, ahora sabemos que lo tuyo fue un feminicidio. Natalia que es Julieta. Que es mi prima.

Aleyda-Eleyda | 2014

Se escribe Eleyda, pero los medios te pusieron Aleyda. Eleyda que ibas a la primaria, con tu carita sonriente, con tu uniforme impecable, a pesar de vivir en una colonia pobre. Eleyda que a tus 10 añitos te perdiste, nunca llegaste a la escuela. Eleyda, tu tía María te fue a buscar, pero no apareciste. Todos te buscaron, hasta que te hallaron con tus «manitas atadas, golpeada, de lado. Mi niña negra, negra. A mi niña la asfixiaron», dijo tu tía. Pero la autopsia dijo más: te violaron. Eleyda, que fuimos a tu marcha, todos tus vecinitos y sus papás marcharon. Bajamos por esos cerros olvidados con casas de cartón, y una que otra de concreto de dos pisos, las de los líderes. Bajamos entre perros flacos, entre caminos lodosos. Todos tus amiguitos vestidos de blanco, con globos del mismo color, globos rosas. Exigimos justicia, pero ya sabes que en este país, la justicia es algo inalcanzable.

Eleyda, que tu mamá Martina te extraña. Martina, a la que criminalizaron aun después de que se deshacía de dolor, que no podía articular palabras y se desvanecía a veces en la marcha. La acusaron de no haberte cuidado más, de mala madre, de que tenía una nueva pareja y no te ponía atención. Y Martina lo supo, y se sentía crucificada por esa sociedad moralista, que fue a dos marchas, y después todos se olvidaron del dolor que le causa tu muerte. Martina que sigue esperando justicia.

Yaz | 2017

Yaz, la invencible, nadie la podía alcanzar. Alta. Guapa. Esbelta. Que su vida lucía perfecta. Profesionista. Caminabas segura de la vida, segura de ti. Nada te faltaba. Yaz, que te fuiste al departamento de él. Pero jamás volviste a salir de allí. Que te guardaban bajo siete llaves para que nada te pasara, y aun así, la muerte llegó a ti, a tus 27 años. Yaz, que Andrés te encontró asesinada en su departamento, apuñalada, tirada entre las escaleras. Que tu foto rondó las redes sociales y se notaba al lado tuyo una pala. Yaz, que te asesinaron, que tus compañeros te extrañan y no saben qué pensar. Que tus padres esperan justicia, y tu hermano te extraña. Yaz, que a Andrés nadie le cree, pero que ya eres una cifra más. Yaz, que por tu crimen emitieron también alerta de género, en ese Acapulco violento donde ya no importa cómo mueren las mujeres, a manos de quién. Yaz, que no te olvidamos.

Magda | 2018

Magda, pasé por tu casa, tus vecinos no te olvidan, mucho menos tu familia, tu hermano que aunque se derrumbaba, sacó valor para denunciar a César Gómez Arciniega. Se siente tu ausencia; y en el pequeño Taxco saben que no habrá justicia por ahora. Magda, se siente tu ausencia, y la casa de César permanece cerrada, con sellos de la Fiscalía. Todos coinciden en que él era violento y te trataba mal, pero no entienden por qué no lo dejaste. Te cuestionan aun muerta. Magda, que tus hijos te esperan. Tu madre. Tus amigas. Tu hermano. Y todos los que te amaban esperan que haya justicia ante tu brutal feminicidio.

Magda, Yaz, Natalia, Anahí, Estela, Magaly, Nohemí, Eleyda, Yola, Esmeralda, Elizabeth, Soco, María, Rita, Liz, Mago, Clau, Verónica, Valentina, Valeria, Inés, Martha, Liliana, Silvia, Georgina, Lulú, Rubí, Lupita, Julieta, Malena... todas tienen un nombre.

Yo las nombro, las recuerdo. Y no las olvido, porque las historias de violencia se repiten desde antes del Me too, y aun con él, hasta que exista justicia para sus reclamos.






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